Internet, contradiscursos y aceleración: entre deificar la información y la desesperanza

POR: JULIO CÉSAR HERNÁNDEZ ORTEGA

Existen diversas concepciones que abogan por dotar a la Internet, y su desarrollo, de un aura de libertad y de vientos de democracia. Si bien es yermo poner en duda los beneficios que ha traído la red al progreso y desarrollo de las sociedades contemporáneas, es necesario comprender sus limitaciones, así como los procesos donde más que beneficiar a la democracia y al ejercicio de libertades, las merma.

Des Freedman, James Curran y Natalie Fenton, en Misunderstanding the Internet (2012), problematizan desde distintas aristas las posibilidades que la red de redes ha potenciado en los discursos de las democracias liberales. Es a partir de la revisión de estos autores que se abren nuevas posibilidades explicativas acerca de los contradiscursos; es decir, nos permite plantear la pregunta: ¿Internet, con sus amplias posibilidades de mediación y remediación, potencia de igual manera la difusión de tópicos contrahegemónicos?

Para iniciar esta discusión es necesario rastrear de manera sintética el contexto y los valores con que, otrora, se pretendía regir ese nuevo entorno informacional.

Freedman (2012) nos desglosa la historia de la Internet a partir de los discursos que imperaban al momento en que comenzó a desarrollarse y dos de las preguntas clave que surgen después de repensar la génesis del ciberespacio son, ¿quién es el regulador en un mundo donde la desregulación y la libertad fueron los ejes rectores de su creación? y ¿es posible la Red sin reguladores?

La primera etapa de constitución de los ideales del ciberespacio se encuentra en los discursos poshippismo y en proyectos comunitarios como el well (Whole Earth Lectronic Link), surgido en 1985; que fue un intento de crear una comunidad para compartir información. En esta primera etapa, los valores comunitarios fueron los que impregnaron el espíritu libertario de un espacio donde la discusión y deliberación fueran los ejes rectores. Asimismo, en esta etapa es donde la idea de que la abundancia de información y el acceso libre a ésta debían ser ingredientes necesarios.

Si nos remitimos a la teoría habermasiana de la deliberación, el acceso a la información es –efectivamente– un componente necesario en las democracias liberales. Además, el sentimiento libertario estaba acompañado del sentimiento triunfalista que la democracia liberal, y posteriormente la derrota del comunismo, dejó a inicios de la década de 1990.

Este impulso democrático y la liberalización del mercado potenciaron el proceso de comercialización de la red a mediados de dicha década, todo esto acompañado por la revolución de la tarjeta de crédito y el pago en línea, lo que posteriormente significaría el asentamiento del e-commerce y las nuevas formas de publicidad en línea basada en algoritmos.

Estos apuntes historiográficos permiten ubicar desde cuándo se comienza a cuestionar qué tan libre, neutral y democrático es el Internet.

En cuestiones de regulación, Lessig considera que no debe haber una intervención del Estado ni de los aparatos comerciales (en Curran, Fenton y Freedman, 2012, pág. 105). También apunta que existe un mecanismo de regulación basado en la mediación estructural; es decir, que el código de la interfaz de información, interacción y comunicación se convierte en el gran regulador de la red. Esto es conveniente apuntarlo, ya que dicha postura delega la regulación a la arquitectura del ciberespacio y se resuelve bajo la metáfora todo lo que existe está permitido, porque si el código y las reglas de interactividad permiten su existencia, significa que debe ser así. Esto es debatible debido a que delegar la responsabilidad a los constructores del espacio virtual significa creer que éstos, inherentemente, son neutrales. Por una parte, la regulación no estaría basada en un ethos específico sino que oscilaría entre distintos ethos, las posibilidades tecnológicas de programación y las bases económicas. Por otra parte, la regulación basada en el código descansaría en la racionalidad tecnocrática antes que en una normativa.

Ahora bien, si la centralización de un ethos en sociedades democráticas merma la libertad, liberalizarlos –y considerar que se autorregulan– constituye un argumento que deja espacio libre a la comercialización y la monopolización del ejercicio del poder regulatorio.

Otro punto a remarcar y discutir es lo que desarrolla Natalie Fenton en el capítulo seis del libro: la disolución política en el contexto de los movimientos políticos radicales o contradiscursivos en la red.

La pregunta que se hace está en torno a la importancia y al desarrollo que las redes sociodigitales han potenciado en la organización política de minorías. Si bien es un tema que autores como Manuel Castells han desarrollado, lo que plantea Fenton como disolución política es de recalcarse.

La autora menciona que, ante el desencanto de la juventud de los modelos tradicionales de democracia liberal, así como la individualización que ha traído el modelo neoliberal, surgió una nueva forma de entablar relaciones políticas de disidencia. Asimismo, nos recuerda el impacto que las redes tuvieron en casos como la revolución iraní de 2009 y las manifestaciones estudiantiles en Reino Unido de 2011. Cabe señalar que ella remarca que la Internet y las redes no significan por sí solas un aumento de libertad y democracia.

Esto remite directamente a la crítica que se le puede hacer a la primera etapa del ciberespacio, ya que en esos momentos parecía que con el solo hecho de tener conectividad y una red de distribución de información alternativa, los sujetos en contacto con ésta podrían emanciparse. A este sentimiento, que hasta la fecha parece seguir imperando en algunos discursos, es a lo que se le puede denominar como deificación de la información. Lo anterior ocurre porque, como ya se mencionó, la información y el acceso son parte sustancial de las democracias, pero por sí misma no significa nada; el proceso de emancipación por acceso a la información debe estar centrado en el actor, mas no en las capacidades de flujo de la red. Este es un error en el que autores como Negroponte, Hardt y Negri parecen haber caído al vanagloriar el poder de las conexiones entre las masas.

Con lo anterior, de ninguna manera se niega que la Internet pueda ser un amplificador –y acelerador– de demandas políticas de la disidencia, como bien ejemplifican los casos de Irán y Reino Unido en la década pasada. Pero es justo esas bondades las que dan otro cariz de análisis: las implicaciones de esa amplificación y aceleración de los discursos disidentes en un mundo, donde la multiplicidad de demandas se enfrenta a brechas en las herramientas de participación democrática.

Retomado lo explicado por Fenton acerca de cómo es la dinámica de los contradiscursos y la organización vía Internet, se identifican tres momentos.

El primero inicia con la detonación de factores contextuales –muy diversos en cada caso– que movilizan las demandas de un sector o una minoría. Con la red como espacio de encuentro y la velocidad que permiten flujos de información más veloces, un discurso –o varios– comienza una suerte de condensación discursiva y política que encuentra terreno fértil para la visibilización en las redes. Esto ocurre debido a que, como se mencionó, hay un desencanto por las herramientas y los mecanismos de la democracia liberal moderna que derivan en la necesidad de decantar contradiscursos hacia un lugar que tiene características diferentes de la democracia representativa y sus dinámicas jerárquicas. Lo anterior es explicado por Fenton a partir de que Internet ofrece mayor dinamismo y se percibe más orgánico que otras herramientas de organización política; es decir, que la red se puede pensar como un espacio de participación directa y sin mediadores.

Luego, después de ese momento primordial –donde quizá impera la acción movida por lo emotivo y las racionalizaciones ideológicas– se comienza a complejizar el flujo de los discursos. A partir de la multiplicidad de individuos –no jerarquizados– y de discursos que carecen de instituciones que puedan contenerlos y organizarlos, la fragmentación y la disolución pueden aparecer (Fenton, 2012, pág. 159), dando pie al proceso de implosión. Ahora, si se dice que comienza por una condensación, que funciona como modo de atraer adeptos y discursos afines a la movilización, al perderse la capacidad de organización y se fragmentan por multiplicidad, da pie a la implosión del movimiento.

En un segundo momento, y debido a esta multiplicidad de demandas del movimiento que se amplificó por redes, es cuando comienza la etapa de deliberación. Esta etapa se puede caracterizar por la imposibilidad, quizá, de conformarse un bloque importante de representación que, por la naturaleza de la horizontalidad de los nuevos movimientos sociales, no debe existir –que parece ser paradójico–; y el comienzo de la fragmentación de demandas, sería el tercer momento.

Este tercer momento es cuando, después de haber condensado, implotado y fragmentado, se debilitan los movimientos y ocurre lo que Fenton denomina como disolución política; ella considera un fenómeno recurrente en los intentos por generar contradiscursos y alternativas de participación política diferentes a los mecanismos de la modernidad.

Estos tres momentos no se pueden entender si no se toman en cuenta dos factores primordiales; el primero, la aceleración, y el segundo la aún difícil tarea de que los contradiscursos penetren a la esfera pública, sean trascendentes y con eso conseguir que sus demandas se vean reflejadas en políticas públicas.

La cuestión de la aceleración implica pensar que, si bien las redes amplifican y aceleran la difusión de información, también aceleran el proceso de condensación de demandas que, si se observan los ejemplos, es primordial para llevar a cabo demostraciones en espacios físicos o convocar movilizaciones. Respecto a lo anterior, también se puede decir que a mayor aceleración al condensar adeptos y discursos, mayor impacto tendrá en un primer momento.

Resulta necesario parafrasear una cita recuperada por Fenton (2012, pág. 158), en la que un manifestante en Londres menciona que los canales democráticos les permiten manifestarse, pero que a su vez la manifestación parece obsoleta, porque se crea un ciclo de protesta-descanso donde por más que protesten se encuentran en un callejón cerrado. De hecho, esto es lo que posiblemente orille a varios grupos –que están insertos en una multiplicidad de demandas– a radicalizarse y utilizar vías como la fuerza.

Asimismo, al haber multiplicidad, acompañada del vector acelerador de las redes sociodigitales, las demandas pierden lo que bien podría explicarse bajo términos de Byung-Chul Han como gravitación discursiva (2015), en que la fragmentación y velocidad a la que ocurren los fenómenos –acompañada de la no voluntad política– se diluyen políticamente las (des)organizaciones minoritarias que demandan.

Si bien, la Internet tiene esa potencia oculta de poder deliberativo, emancipador y democratizador, por sí solo no asegura que se den las condiciones para la acción política disidente o radical. Esto es porque al estar en ciclos acelerados de constitución y multiplicidad, la tensión narrativa, que quizá puede ser el eje determinante para que un movimiento social intervenga, tiende a perderse en lo que Han nombra como un no saber hacia dónde generalizado (2015); es decir, no saber hacia dónde direccionar las fuerzas de las demandas y que los movimientos se diluyan por la incapacidad de a) organización, y b) posibilidades de extenderse más allá del terreno de la protesta.

Para finalizar, cabe apuntar que es paradójico que los movimientos sociales se diluyan debido a la característica que los hace fuertes; es decir, su talón de Aquiles es su punto débil. Por una parte, se celebra la horizontalidad y la multiplicidad de discursos, y por otra, por eso tienden a diluirse en el tiempo y la discusión política, y la inconclusión del acto político, como menciona Byung-Chul Han (2015), pasa a ser un estado permanente de los discursos y las luchas.

Lo relevante de todo esto es que se siguen buscando formas de refinar las capacidades de uso político de las redes con fines emancipatorios; lo que no debe ocurrir es creer que por dotar a un contexto de grandes flujos de verdades o, en el mejor de los casos, verdades a medias, éste por sí solo es libre.

Pensar que la información vendrá a salvar la democracia es sólo la mitad del camino, la otra le corresponde transitarlo al actor, que podría estarse extraviando, cada vez más, en los vórtices de aceleración del hacer político y del consumo informativo.

REFERENCIAS

Curran, J., N. Fenton y D. Freedman. (2012). Misunderstanding the Internet. New York: Routledge.

Han, B. (2015). El aroma del tiempo. España: Herder.

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