El culto a la no verdad.

Javier Sánchez de la Cruz

En verdad, la mentira es un vicio maldito
Si conociéramos todo el horror y transcendencia de la mentira,
la perseguiríamos a sangre y fuego,
con mucho mayor motivo que otros crímenes.

Montaigne

I

Vivimos en una época donde la información se despliega a gran escala. Todo marcha a un ritmo acelerado que induce en las personas conductas estereotipadas, poco edificantes, pero llamativas. Nuestro entorno social inmediato nos satura de imágenes, al grado de dejarnos sin un margen sensato para evaluar objetivamente la información que consumimos. El hombre moderno está a la expectativa por adquirir datos que, si no lo conmueven de manera inmediata, se aburre y desecha. Todo es desechable: hasta la verdad. En general, el hombre de hoy en día no piensa ni se informa; anda tras la emoción en la noticia más que en la verdad, de manera que las noticias falsas, producidas para ello, son más virales que las verdaderas.

La búsqueda de la verdad apegada a los hechos quedó en el pasado. Gianni Vattimo (2010, p. 9) sostiene que el adiós a la verdad –título homónimo de uno de sus libros– expresa “de manera más o menos paradójica, la situación de nuestra cultura actual, ya sea en sus aspectos teóricos y filosóficos, ya sea en la experiencia común”. En este mismo orden de ideas, nuestra era de comunicación ha abierto, paradójicamente, una senda de información sin precedentes, al grado que el filósofo de origen coreano Byung-Chul Han, autor de La sociedad del cansancio (2017), declaró en una entrevista que una “acumulación de información no puede generar la verdad” (Han, 2020). Más no es equivalente a mejor. Más información no es sinónimo de acceso a la verdad. 

El propósito de este ensayo es describir la novedad que el concepto de la posverdad ha suscitado en las sociedades actuales con su primacía de la expresión, de lo subjetivo sobre lo objetivo respecto a la manera como el hombre moderno consume la información; contribuyendo con esto a un desgaste de la veracidad e instalando un ethos donde cada día más personas actúan creyendo tener no sólo sus propias opiniones sino sus propios hechos, con lo que apelan así al sensacionalismo y la conveniencia en la selección de la información. La nuestra es una época en que impera el “efecto Rashomon”, que expresa que todo punto de vista depende de mi punto de vista.[1]

El surgimiento de la palabra posverdad puede ubicarse en las llamadas distopías –utopías negativas– o ciencia ficción, publicadas a mediados del siglo XX. Los trabajos de George Orwell, 1984, Aldous Huxley, Un mundo feliz, y de Ray Bradbury, Farenheit 451, son testimonio de su aparición en la conciencia moderna. En cada uno de éstos, la idea principal es que la verdad ha perdido toda relevancia y aunque cada una describe una situación diferente, todas se instalan en la lógica de la posverdad. Como ejemplo de lo anterior, G. Orwell sentenció: “El concepto de verdad objetiva está desapareciendo”.

Recordemos el argumento de 1984, donde G. Orwell presenta un personaje llamado Wiston Smith, quien trabaja para el Ministerio de la Verdad –Institución encargada de revisar los escritos publicados para hacer ajustes a los acontecimientos– en una sociedad controlada por el Gran Hermano. Allí la verdad se oculta usando una nueva lengua en la que los significados disminuyen y las emociones se exacerban. Consecuencia de lo anterior, es que las palabras se desgastan toda vez que lo que no se puede pensar no existe y, por consiguiente, los espacios de pensamiento se estrechan y la comunicación se muda a las emociones.

La pertinencia de las llamadas distopías, respecto a la especificidad de la palabra posverdad, nos recuerda que la noción de la verdad y su búsqueda, a la vez que son tareas complejas y existenciales del ser humano, configuran el horizonte de comprensión del ser del hombre en el mundo y su vínculo con los otros. Todos aspiramos a la verdad y para lograrla se requiere analizar, argumentar y verificar los hechos, pero en nuestra era de la información la situación ha cambiado. Ante la presencia de políticos, influencers y medios de comunicación que apelan al sensacionalismo y la conveniencia en la selección de información, el escenario abre la puerta a una creciente devaluación de la verdad, conduciendo a lo que ya se denomina la era de la posverdad.

La inflexión de la posverdad nos ha arrojado a la puerta de la llamada realidad alternativa, término que se usa para señalar la negación de los hechos evidentes, privilegiando las informaciones impostadas. Informaciones, noticias, rumores o novedades interesadas en inducir conductas estereotipadas con la intención de homogenizar la opinión, cancelar el pensamiento crítico, y resaltando las emociones y lo subjetivo en nuestras opiniones. Así, el concepto posverdad al convertirse en una moneda de uso común representa el culto a la no verdad, al amarillismo y a la contrainformación con la intención de generar un ambiente de ambigüedad, confusión y relativismo en la toma de posiciones respecto a temas de interés común para las sociedades actuales, como serían: la inclusión, la tolerancia, la igualdad, etcétera.

II

Ante el escenario que abre la posverdad, no aplica lo que decía Montaigne (2007), según lo cual la verdad es una y la mentira son muchas. Se impone, por el contrario, la idea de que vivimos en un mundo con demasiadas verdades. Una auténtica torre de Babel. El Oxford Dictionary define la palabra posverdad como una situación en que “los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales” en el modelaje de la opinión pública (citado por Anthony Gooch, 2017, p. 14). 

La posverdad no es sinónimo de mentira; ésta describe una situación donde al momento de esgrimir una opinión, la objetividad de los hechos pasa a segundo plano apelando a las emociones y las creencias personales. De acuerdo con Aznar (s/f, p. 52) “la posverdad sirve fundamentalmente para reafirmar la opinión del grupo en que se inserta, en la medida en que contribuye a asentar y solidificar ideas preestablecidas, prejuicios y clichés y provoca que se descarten los hechos”. Las consecuencias saltan a la vista: la manipulación y la cancelación del pensamiento crítico, generando ciudadanos apáticos y conformistas con la información que consumen sin atreverse a cuestionar y sondear la objetividad de los datos proporcionados. Es a lo que nos referimos líneas arriba, al sostener que la posverdad no sólo es una palabra de moda afín a los tiempos que vivimos, sino que estila un ethos, una forma de relacionarnos con los demás y de consumir la información en el día a día.

En este mismo orden de ideas, Zarzalejos (2017, p. 11) expresa lo siguiente: “la posverdad consiste en la relativización de la veracidad, en la banalización de la objetividad de los datos y en la supremacía del discurso emotivo”. Cabe mencionar que la trivialización de la verdad no es una práctica reciente, ésta existe desde siempre. Es común escuchar expresiones de indiferencia (“lo que opine la mayoría, yo lo apruebo”) ante situaciones en que sería pertinente evaluar los hechos para emitir un juicio razonable; sin embargo, la realidad es otra, con tal de ser incluido en un grupo al regularse por ideas preestablecidas y descartar los hechos, la verdad se deja de lado.

Adiós a la verdad, sin duda, se convierte en la señal de la posverdad. O mejor, el culto a la no verdad es uno de los ídolos erigidos en la actualidad. Ya no hay una verdad en común, lo único común es que cada uno establece sus propios hechos emitiendo expresiones emotivas de aprobación sin atenerse a los hechos. Esto ha conducido a un relativismo epistemológico, que no es malo, pero lo único que habría que contemplar es que, en atención a los problemas que enfrentamos cotidianamente ante el predominio del componente emocional reforzando nuestros prejuicios, estamos expuestos a que cualquier opinión valga, siendo imposible, así, establecer una comunicación razonable con los demás sobre temas comunes.

El “efecto Rashomon”, que expresa: “todo punto de vista depende de mi punto de vista”, sería, en términos generales, el equivalente de la posverdad. Con esto se privilegia lo emotivo sobre la racional, la subjetivo sobre lo objetivo. Esta experiencia es la que impregna la sensibilidad de nuestros jóvenes, quienes son bombardeados por información –redes sociales, escuela, etcétera–, sin que se les proporcionen las herramientas para que contrasten los hechos que les permita asumir una opinión razonable. En consecuencia, frente a cualquier noticia e información siempre hay un apego hacia lo común e inmediato, hacia aquello que impacta sin atenerse a la objetividad. La confusión, el sesgo, la verdad a medias es lo propio de la posverdad. De tanto repetirse, una mentira se convierte en una verdad que todo mundo acepta. El que miente, de tanto repetir lo mismo, cree en su propia mentira.  

Este espíritu de la época es el espacio donde nuestros jóvenes habitan; respecto a la información que consumen, éstos no se avocan a los hechos y las opiniones que expresan se encubren por un velo de mentira que la hace pasar por verdad. D. Gascón (2018) nos recuerda una anécdota sobre la mentira de la filósofa Arendt: un centinela en guardia cuya misión era advertir a la población en caso de peligro. Éste era amigo de las bromas, así que para divertirse, un día dio una falsa alarma e inmediatamente salió corriendo hacia las murallas para defender la ciudad de los enemigos que él había inventado. La moraleja: cuanto más éxito tenga un embustero y mayor sea el número de los convencidos, lo más seguro es que acabe por creer en sus propias mentiras.

Nuestros jóvenes estarán prevenidos ante la mentira si los proveemos de herramientas didácticas que les permita discernir la verdad del engaño. Que no sean presa de las “verdades” grandilocuentes de los medios y asuman una postura crítica al respecto, presupondrá que dispongan de una actitud escéptica y crítica para cuestionar la información que consumen. No todo lo que brilla es oro, debemos repetirles. Un buen comienzo sería promover espacios de lectura en los salones de clases para que forjen un pensamiento crítico. Tarea nada sencilla, pero no imposible. 

Una de dos, ante la posible propagación de la mentira y la confusión, afín a la posverdad y al espíritu de la época moderna que derivaría en un relativismo epistemológico: a) nos cruzarnos de brazos y contemplamos cómo los lazos de comunión en la sociedad se disipan, o b) trabajamos con los jóvenes para que adquieran las herramientas y disipen el marasmo de mentira, disimulo y oportunismo que predomina en nuestras sociedades. Si no nos educamos somos más vulnerables a la mentira. El culto a la no verdad se convertirá en la divisa de los tiempos que corren y los que están por venir. Así, instintivamente hago mía la frase de Montaigne, quien expresó que “la mentira es un vicio maldito”.

PIE DE PÁGINA

[1] Efecto Rashomon. Se entiende como la actitud producida por la subjetividad y la percepción personal al momento de contar la misma historia, de manera que cualquiera de las versiones es posible, sin que ninguna de ellas sea necesariamente falsa. Esta denominación alude a la película Rashomon, dirigida por Akira Kurosawa.

referencias 

Aznar Fernández-Montesino, F. (2018). El mundo de la posverdad. Cuadernos de estrategia, 21-82.

Gascón, D. (junio de 2018). 10 apuntes sobre la verdad. Notas sobre noticias falsas, propaganda política y ‘la verdad de las mentiras’. Letras Libres. En: https://www.letraslibres.com/espana-mexico/politica/10-apuntes-sobre-la-posverdad

Gooch, A. (2017). En POS de las verdades. Revista Uno. La era de la posverdad: realidad vs. percepción (27), 14-15. https://www.revista-uno.com/numero-27/pos-las-verdades/ 

Montaigne, M. (2007). Ensayos. Barcelona: Acantilado.

Vattimo, G. (2019). Adiós a la verdad. España: Gedisa. 

Zarzalejos, J. A. (2017). Comunicación, periodismo y ‘fact-checking’. Revista Uno. La era de la posverdad: realidad vs. percepción (27), 11-12. En: https://www.revista-uno.com/numero-27/pos-las-verdades/

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