Falsas noticias: interferencias en la comunicación
POR: Mario Alberto Revilla Basurto
En sus novelas, Umberto Eco nos narra un repertorio de prácticas comunicativas o de manejo de la información, en las que se juega con la verdad, a veces de manera muy creativa, por cierto. En Baudolino, nos ofrece una idea de cómo se construían milagros y proezas durante la Edad Media. En El cementerio de Praga, ilustra cómo se confeccionaban conjuras e intrigas durante el siglo XIX y principios del XX. En su última novela, Número Cero, plantea la creación de un falso diario, cuyo único fin es montar o vender campañas para perjudicar o favorecer a los clientes, con base en noticias inexactas y amañadas que no necesariamente se publicarán. Lo interesante es cómo se arman esas noticias. No queda claro si la intención de Eco era ilustrarnos sobre los ejercicios comunicativos del pasado, y del presente, o advertirnos, con esas metáforas, sobre los usos políticos de la comunicación en nuestro tiempo, o ambas.
Vivimos un momento histórico interesante, riesgoso, porque si bien se promueve como una vía de emancipación, observamos que se mueve entre el control de la información y el peligro de la anomia. Antes de la entronización de la supercarretera de la información y la adicción a las redes sociodigitales, A. Moles sentenciaba una época dotada opulentamente de medios tecnológicos para la comunicación, pero carente de capacidad expresiva y comunicativa. Sin duda, la sentencia molesiana se mantiene vigente, la opulencia tecnológica se ha profundizado con las llamadas “Tecnologías de la Información y la Comunicación” (tic) que, si bien facilitan la producción de expresiones de todo tipo, los contenidos se mantienen pobres y sobrecodificados (Martín Serrano, 2019, pág. 17). Cierto que las tic abren posibilidades para la circulación de información valiosa y del conocimiento, pero también son cauce de información trivial, grosera, falsa.
Basta revisar la historia reciente para encontrar sin mucha dificultad ejemplos que, al no ser novelados, resultan bastante más sombríos sobre el uso de noticias falsas y hasta montajes de sucesos en los juegos de poder. En este sentido es lugar común remontarse hasta Goebbels como la faceta comunicativa del nazismo, aunque tenemos casos mucho más cercanos y realizados por gobiernos democráticos, como el escándalo “Irán-contras”, y los preparativos de la invasión a Irak por Estados Unidos y sus aliados europeos. De hecho, el concepto de posverdad nace para describir la política del gobierno estadounidense en estos casos. Identificamos a la “posverdad” como un ambiente comunicativo y las “falsas noticias” como una práctica propia de ese ambiente.
Es decir, no es nuevo el valerse de información falsa, ni inventar sucesos y luego informar sobre ellos como si hubieran ocurrido, para lograr fines políticos o comerciales. Lo que sí es nuevo es que esas situaciones han dejado de ser prácticas aisladas, excepcionales y restringidas al binomio gobierno-medios de comunicación, porque han pasado a ser prácticas cotidianas y extendidas a múltiples grupos o personas, en una especie de reconfiguración del espacio público (Revilla, 2019, pág. 52).
Desde luego esta situación inédita se facilita dado el abaratamiento en los costos de producción de las expresiones que permiten las tic, pero se requiere, además, una representación del uso de la información y la comunicación para que se convierta en realidad lo que las tecnologías hacen posible. Los emergentes no suelen presentarse de un momento a otro, un salto sin más: se gestan en las prácticas previas. Que una innovación tecnológica facilite una determinada práctica comunicativa, no quiere decir que sea producto directo de esa innovación, también se requiere un aprendizaje en el uso de las prestaciones que ofrece la tecnología y la generación de las representaciones sobre su valor y sus usos (Revilla, 2019, pág. 27).
Podemos entender a la posverdad como un ambiente de comunicación o circulación de información donde la verdad o el apego de los datos a sucesos comprobables tiene menos valor que la circulación de la información en sí; es decir, no importa tanto lo que se dice sino cuántas veces se replica algo en una red. Puede tener cierto valor el cómo se dice: en términos generales, si hay imágenes o videos tendrá más posibilidades de ser visto o likeado y replicado (Han, 2013).
Esa característica ambiental favorece la proliferación de todo tipo de contenidos, incluidos los embustes. Pero habría que subrayar que las intervenciones a la comunicación pueden darse incluso antes de la exposición de un contenido, mediante el uso de ro-bots suelen alterarse las dinámicas llamadas “orgánicas” o “naturales” de las “conversaciones” e intercambios en las redes sociodigitales, haciendo parecer que participan mucho más usuarios o personas de las que realmente lo hacen y, claro, con la intención evidente de inclinar la “opinión” en algún sentido (Badillo, 2019).
Básicamente, las noticias falsas son mentiras; historias que distorsionan la visión de la realidad, pero siempre con la intención de provocar un sentimiento de adhesión o rechazo hacia alguna causa o líder, lo que representa un beneficio para quienes la producen y difunden; son historias amañadas que confunden o traslapan lugares, momentos, personajes, que ofrecen explicaciones parciales con las que se busca aglutinar a sectores de la población en torno a los intereses de grupos de poder.
Entre los grupos de poder se puede señalar desde agentes, representantes gubernamentales o de partidos de oposición, hasta integrantes de los llamados “poderes fácticos”, como sindicatos o asociaciones empresariales, incluidos los llamados “medios de comunicación”, organizaciones religiosas y bandas criminales. Para todos ellos tiene gran importancia la capacidad de influir en la gente, de moldear la llamada “opinión pública” para ganar adeptos, legitimar sus intereses y encausar la energía social. Claro que, a menudo, tal objetivo se persigue a través del desprestigio de los adversarios y la desestabilización social. El objetivo es activar los prejuicios y miedos, aspiraciones de –unos u otros sectores– de la población y, como se apuntó, hacer parecer que coinciden con las voluntades e ideologías de esos grupos de poder.
Quienes se han dedicado a revisar este asunto, suelen coincidir respecto a las características que las noticias falsas presentan. Fabrizio Mejía (2019) nos hace un resumen significativo; la primera característica a destacar es el anzuelo, es decir, las cabezas o titulares, incluso fotografías, que aluden a un tema de forma llamativa, pero en el cuerpo del texto poco se encuentra al respecto, además de la confusión que tal circunstancia puede provocar, la cuestión es que ante el alud de información al que el público está expuesto, es posible que no se atienda al contenido completo sino que éste sólo se quede con el dato incompleto del título o la imagen fuera de contexto.
Las falsas noticias apelan también a la mención de personajes famosos como parte de su atractivo: sea que se le atribuya el origen de la información o que la nota se ocupe de sus conductas, reales o figuradas.
Otras veces las historias falsas aparentan tener credibilidad o legitimidad, porque apelan a estudios científicos y de universidades –sin aclarar cuál, ni dónde y cómo consultarlos–, por su propia “viralidad” y cantidad de personas que han visto la nota –es trend topic–, porque la retoma y amplifica algún periódico o comentócrata reconocido de la radio y la televisión; es decir, gana credibilidad por su propia circulación; incluso por su pretensión no cuestionada de veracidad, como las transmisiones “en vivo”, sobre todo a través de redes sociodigitales, en las que si bien es algo que “está sucediendo” no se aportan más elementos que el punto de vista de quien transmite.
Su impacto parte de su oportunidad, ya que se producen o vinculan a sucesos y situaciones que están en curso; por ejemplo, una campaña política, una catástrofe, una ceremonia con declaraciones, una crisis. Si retomamos esté último rubro, durante la crisis por el ajuste a las medidas tomadas en el sector salud en México, en agosto del año pasado, el problema de desabasto se transformó en “pacientes del sector público muriendo por la falta de medicamentos” (Mejía, 2019, pág. 2). En este sentido, se ha erigido como el negativo paradigma de la falsa noticia el caso “Frida Sofía”.
Ahora bien, un aspecto en el que coinciden los analistas del fenómeno fake news, consiste en subrayar el componente prejuicioso que contienen estas narraciones, como se apuntó líneas arriba: su afán en provocar o reforzar algún sentimiento como miedo y enojo o, por el contrario, reafirmar la admiración y adhesión por alguna causa, movimiento o liderazgo. Su función y difusión tienen menos que ver con los elementos que aporta y su contribución a la comprensión del acontecer, y más con la revalidación y reivindicación de las opiniones que previamente ya tienen personas y grupos identificados. De ahí que tengan tan alta aceptación pese a, precisamente, la superficialidad y simpleza de los datos y argumentos que presentan. En México lo hemos visto con la polarización atizada en las redes sociodigitales entre amlovers y amlohaters –para decirlo en términos familiares: “chairos y fifís”.
Otra característica, también asociada a las dinámicas comunicativas de los tiempos líquidos (Bauman, 2012), se refiere a la velocidad en su propagación. La aceptación no cuestionada, la reafirmación de las creencias y actitudes, favorece la veloz difusión de la narración, ya que ni siquiera es necesario que se reelaboren los contenidos, simplemente se replican, porque reafirma al sujeto y al grupo al que pertenece, del que obtiene información y al que se dirige (Vosoughi, 2018).
Ahora, por qué la gente sigue este tipo de noticiones, resulta un aspecto poco abordado en las reflexiones sobre las características de los contenidos que circulan tanto en medios tradicionales como en medios internáuticos, y seguramente es porque están centradas en las relaciones de poder de los actores políticos y no tanto en las prácticas comunicativas de los usuarios. Pero la gente usa la información para distintos fines, a veces para enterarse, disponer de opciones, pero también es común que se use la información para refrendar la idea del mundo que se tiene, porque aporta certidumbre, sentimiento valioso sobre todo en contextos de crisis.
Una característica de las “sociedades líquidas” (Bauman, 2007) o “del rendimiento” (Han, 2012) es justamente la incertidumbre que generan sobre los individuos: todas las contradicciones que el propio sistema genera se le cargan al individuo y se le exige que él, caso por caso en su vida cotidiana, las resuelva (Martín S., 2008, pág. 21). Frente a esa presión cotidiana, las explicaciones que refrendan la visión del mundo, que colocan las amenazas en lo ajeno, desconocido, distinto o novedoso, tienen enorme oportunidad de ser aceptadas: las representaciones ideológicas capaces de sostener el orden social establecido tienen que ofrecer explicaciones que armonicen los cambios y los valores, a la vez que proporcionan gratificaciones cognitivas y afectivas (Martín S., 1993, pág. 43).
Por esta razón las redes sociodigitales, como antes las presenciales, se pueblan con comunicados sobre la familia, los deportes y la celebración del triunfo del equipo favorito, de las pelis y los chismes sobre los famosos; por ello, también es más probable que prendan y se afiancen las noticias y explicaciones sobre política que coinciden con visiones conservadoras que con posiciones novedosas. ¡Y vaya si la época que estamos viviendo está llena de cambios!, a veces reales y otras aparentes, pero sobre todo porque se ha instalado como supervalor de la época, la innovación y el cambio, la actualización, el riesgo. Aunque en realidad se desconfía de todo lo que no sea liso, positivo, semejante, políticamente correcto. La gente, los que encarnan la “opinión pública”, se aferra a todo lo que se parece a sí mismo y adjudica a la otredad la fuente de las tensiones, las dificultades y los desconciertos (Han, 2014).
Analistas y comentaristas coinciden en señalar varias modalidades o varios tipos de noticias falsas. Dos modalidades, por cierto, socorridas a lo largo de la historia son la imputación y la conspiración. La primera se refiere simple y sencillamente a la incriminación o difamación de alguna persona para afectar su imagen y sus propósitos; recuérdese la denuncia al candidato del Partido Acción Nacional Ricardo Anaya en las pasadas elecciones presidenciales de México o la foto trucada de un migrante que se quejaba de que les dieran frijoles, usada para generar una imagen negativa por desagradecidos de los migrantes en Tijuana (Mejía, 2019, pág. 2).
Otro tipo de noticia falsa adopta la forma de la profecía: siempre es posible anticipar problemas sociales más o menos complejos, como desempleo, seguridad, abasto, fluctuación monetaria, presentes en la vida moderna, a los intereses o decisiones de un grupo o persona, con base en argumentos superficiales. Trump explotó esta clase de noticia en su campaña para presidente de Estados Unidos en 2016 y los mexicanos llevamos un año viviendo esta situación.
Mención aparte merecen los montajes. Teatralmente se monta un suceso, como si fuera real, desde ahí empieza el embuste, y se le difunde para sacudir a la población, con lo que se cierra el circuito de la falsedad. La historia ofrece múltiples ejemplos. Sus perpetradores son agentes gubernamentales o de grupos de poder muy fuertes, asociados con los agentes que operan los medios de comunicación. En México tenemos casos tristemente célebres, como el de Florence Cassez o el de la “verdad histórica” de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.
La información es un bien valioso que ha quedado, por ahora, en suspenso, víctima junto con la gente que la usa, de notables esfuerzos por controlarla, desde las alteraciones de los intercambios de los usuarios, hasta los contenidos con que se ofrecen escenarios falseados de la sociedad y su acontecer.
La fascinante capacidad expresiva de las tecnologías digitales y las redes de comunicación, hasta ahora no han logrado contribuir a una sociedad dialogante, capaz de construir acuerdos. Hay un afán poderoso por apropiarse de la voluntad colectiva. Hoy, de nuevo, la misión central de las ciencias sociales y de las artes consiste en reapropiarnos de la comunicación, aprender a dialogar con el otro justo a partir de las diferencias, reabrir el diálogo que permita pausar la parcialidad de las subjetividades, a la vez que desmontar las engañosas objetividades (Bauman, 2019, pág. 27-28).
REFERENCIAS
Badillo, D. (2019). Entrevista a Carlos Páez. En: www.eleconomista.com.mx>politica
Bauman, Z. (2007). Tiempos líquidos, México: Tusquets.
—. (2019). ¿Para qué sirve realmente…? Un Sociólogo. México: Paidós.
Han, B.-Ch. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.
—. (2013). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.
—. (2014). En el enjambre. Barcelona: Herder.
—. (2015). El aroma del tiempo. Barcelona: Herder.
Martín Serrano, M. (1993): La producción social de comunicación. México: Alianza.
—. (2008). La mediación social. Madrid: Akal.
—. (2019). La comunicación y la información en un mundo que se virtualiza. Desarrollos y funciones previsibles. En Comunicación y Sociedad, 1-29. En: ttps://doi.org/10.32870/cys.v2019i0.7478
Mejía, F. (2019). “Las `fake news´ (un manual de desuso)”. En Proceso, 2234, 60-61.
—. (2019-2). “Top Fake México”. En Proceso, 2252, 44-45.
Revilla Basurto, M. (2019). Los productos expresivos y los sistemas sociales de comunicación (Hacia una teoría de la expresión comunicativa). En Razón y Palabra, 22(103), 24-68. En: https://www.revistarazonypalabra.org/index.php/ryp/article/view/1331
Vosoughi, S. et al. (2018). “The spread of true and false news online”. En Science. En: science.sciencemag.org/cgi/doi…1126/science.aap9559