La voluntad de enseñar:

una invitación a deconstruir y resignificar la educación

por: José Arturo Salcedo Mena

Ante un escenario de cambios sociales y tecnológicos vertiginosos, una sociedad consumista e individualista, enferma y cansada, un sistema económico que explota y aliena, y un panorama donde lo único certero es la incertidumbre, surge un texto provocador que propone deconstruir y resignificar la educación para hacer frente a esta realidad: La voluntad de enseñar (México: Grupo Noriega Ursé, 2019), de la autoría de Jesús Gerardo Hernández Ortiz.

La voluntad de enseñar tiene como objetivo primordial resignificar el concepto y constructo del docente. La obra parte de la construcción social que se ha hecho en el país en torno a la figura del profesor: es “el enemigo público número uno”, desestimándose su labor y su vocación. La construcción social de enseñar está relacionada con “cuidar, calificar y descalificar alumnos”. La del objeto o la finalidad de estudiar es “aprender muchas cosas”, “obtener un mejor futuro”, “ser alguien en la vida”. Y la de escuela, un lugar de “resguardo, castigo, reprimenda y tedio”. A partir de estos constructos, el autor propone “comenzar a edificar una construcción distinta […] tanto para dignificar lo que simboliza ser docente como para mejorar la enseñanza”. 

El autor comienza haciendo una analogía entre la enseñanza y el arte. El docente es “un artista, que no sólo ejecuta, sino que también es creativo, pasional, que derrama tristezas y alegrías en el arte y por su arte”. El artista despierta, seduce, motiva, genera dudas; el docente despierta el deseo del alumno por aprender más. El alumno es la obra de arte, siempre inacabada, que trasciende en tiempo, espacio y forma. La trascendencia de la labor del docente es digna de admiración.

Hernández Ortiz señala que para obtener la voluntad de conocimiento –es decir, que el alumno quiera aprender–, se necesita identificar el contexto, porque es el alumno quien determina qué aprendizajes son pertinentes y necesarios para su vida. Conociendo el contexto o la realidad de los alumnos, el docente debe hacer el esfuerzo para que el alumno encuentre la utilidad de los aprendizajes, y es que “el individuo procesa los datos como una utilidad vivencial, desechando todo aquello que considera inútil o ajeno a él y a su funcionalidad contextual”. El autor sugiere que el docente conozca las referencias que tienen los alumnos para utilizarlas al momento de enseñar: memes, música, series de televisión, etc. “El arte permanece ligado al contexto”, recuerda Hernández Ortiz.

Asimismo, propone transmitir a los alumnos que la razón de estudiar y encontrar el gusto en ello es la búsqueda de la propia felicidad. Estudiar ayuda a conocerse a uno mismo, a saber hacia dónde se quiere ir. De esta manera, el estudiar es una inversión (y no una pérdida) de tiempo, y la escuela es un lugar que proporciona certeza y tranquilidad para la búsqueda de la felicidad. Una vez definido el porqué, el docente debe enseñar el cómo, y el cómo principal es el conocimiento.

En torno a la evaluación, el autor propone, en primera instancia, considerar que los alumnos son diferentes, no aprenden al mismo ritmo, ni todos necesitan ni quieren aprender lo mismo y, en segunda instancia, que el alumno use todos los recursos disponibles y alcanzables al planteársele un objetivo. Hay que considerar, además, algo que Hernández Ortiz plantea al inicio del texto: “el arte no se mide, el arte se explica”.

La esencia de la enseñanza es la misma esencia humana, de ahí que sea importante la interacción, el acompañamiento y la relación fraterna con el alumno. El docente, entonces, debe enseñar a ser antes que hacer.

Los constructos sociales mencionados al inicio (el docente como enemigo, la enseñanza como evaluación o descalificación, o la escuela como un lugar de castigo) advierte el autor, surgen en casa, en el seno familiar; son los padres quienes transmiten estas ideas a sus hijos. Por ende, es necesario cambiar la percepción de estos procesos y actores desde la familia. Valdría mucho la pena que Hernández Ortiz esbozara, en otro texto, líneas de acción para explicar y concientizar acerca de la importancia de dignificar al docente, a la enseñanza y a la escuela ahora desde casa.

La propuesta actual de Jesús Gerardo Hernández Ortiz está encaminada, entonces, a cambiar los constructos sociales y las actitudes, principalmente las relacionadas con el docente (quien es “un ser de conocimiento, admiración, respeto” y “ejemplo de felicidad y bienestar gracias al conocimiento”), sobre todo para afrontar en este momento el escenario referido al principio: una modernidad líquida inmersa en un totalitarismo invisible, dirían Zigmunt Bauman y Byung-Chul Han.  

Se puede creer que la invitación del autor es compleja o utópica; por una parte, considero en lo personal que es una buena propuesta y que como docente me motiva a continuar y mejorar, y por otra, recuerdo que cuando en alguna ocasión se cuestionó ¡Atrévete! Una propuesta hereje para disminuir la violencia en México (Aguilar, 2014), de Sara Sefchovich, quien es investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la unam, ella respondió serenamente, palabras más, palabras menos: “ésta es mi propuesta, ¿cuál es la tuya?”. En este sentido, hay que leer, interpretar y reinterpretar el trabajo de Hernández Ortiz o, dicho de otro modo, hay que apropiarnos de La voluntad de enseñar.

En la portada del ejemplar correspondiente al mes de febrero del año 2011, de la revista Time, se leía “2045: the year man becomes immortal”, que hacía referencia a un artículo en que se entrevistaba a Raymond Kurzweil (actualmente director de ingeniería de Google). En éste se afirmaba que en aquel año la máquina –un equipo de cómputo, red informática o robot– podría ser capaz de automejorarse recursivamente; las repeticiones de este ciclo darían lugar a un efecto sin control o una explosión de inteligencia. Para Kurzweil, 2045 sería el año del despertar de la máquina o de la Singularidad (singularidad, porque nunca antes se habría visto algo similar y porque ocurrirían cambios inimaginables), pero considerando la Ley de Moore, que señala que cada año las máquinas duplican su capacidad, la fecha correcta es 2025.

Es probable que, ante este escenario, el doctor Miguel Ángel Maciel González, quien prologa la obra, haya propuesto en ésta el trabajo artesanal (es decir, cultivar la paciencia, el análisis y el compromiso de hacer bien las cosas por el gusto de hacerlas), el juego y el sueño en el aula, porque estos tres elementos llevan consigo la imaginación y la fantasía; de esta manera se podrían crear cosas nuevas, además de concebir nuevas posibilidades para ser y hacer. Como puntualiza Hernández Ortiz, “es momento de negar lo que aprendemos para aprender”, y es que la Singularidad cambiará todo de manera radical, y requerirá otro tipo de mentalidad y pensamiento por parte del hombre. Predecir el futuro, pronosticar, es lo que hace diferente al ser humano de otras especies, y predecir y pronosticar tienen que ver con la anticipación, pero también con la imaginación, de ahí que sea importante hoy, más que nunca, enseñar también a imaginar.

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