Ética, pandemia y posverdad

Salvador Carreño González

Uno de los rasgos humanos que la pandemia provocada por el Covid-19 ha exhibido de manera escandalosa es la facilidad con la que prejuicios raciales, de género e ideológicos surgen a la menor provocación, así como lo hace la argumentación facciosa que ahora se define como posverdad, afectando no sólo las relaciones sociales a las que nos vemos obligados por el confinamiento sino también las decisiones de carácter laboral, ejecutivo y operativo, que deben tomarse día a día.

Con el pretexto (o la justificación) de la baja rentabilidad de los negocios, firmas de los más diversos giros comerciales, como restaurantes y cafeterías, hoteles, empresas distribuidoras, laboratorios clínicos y escuelas de todos los niveles, han realizado movimientos polémicos, desde la reducción de prestaciones y salarios, incremento de horas del trabajo en casa, vacaciones forzosas sin goce de sueldo, hasta despidos amparados en la paralización de actividades.

En consecuencia, los trabajadores cuyas incertidumbres de carácter médico, pago de bienes y servicios, o simple convivencia prolongada en el hogar, ven con temor la posibilidad de perder su fuente de ingresos (cuando los conservan), de manera que con facilidad aceptan la modificación de sus condiciones de trabajo a otras más precarias, cuando no en todos los casos dichos movimientos obedecen en realidad a que las empresas operen en números rojos, o a que estando en emergencia no siempre asumen los riesgos junto con sus trabajadores.

Hablamos, entonces, de una crisis de carácter ético, ya que las estructuras normativas de todo tipo llegan a un punto de quiebre, de caos que permite abusos e injusticias. Si se trata, por ejemplo, de cuestiones vinculadas a hábitos, costumbres y tradiciones, vemos el acoso de vecinos entrometidos en la vida de aquellos de quienes suponen conductas “indecorosas”; si se trata de asuntos de carácter laboral, tenemos la amenaza de acabar fácil y unilateralmente con relaciones laborales, porque las condiciones de contrato no preveían emergencias, como la médica provocada por el Covid-19; si el problema es de carácter moral, surgen las diferencias de índole político, que enfrenta a la sociedad desde las ópticas partidistas; si el dilema es de carácter médico, tan graves como el tener que decidir entre salvar la vida de un anciano o un joven si faltan los recursos clínicos, o de carácter religioso, que hacen irreconciliables las explicaciones metafísicas de las causas de la pandemia y la necesidad, o no, de hacer caso de las indicaciones de las autoridades sanitarias; todo ello alimentado –para ensombrecer más la situación– por la avalancha de fake news y argumentos artificiosos que protegen intereses de grupos políticos y empresariales contrarios al beneficio ciudadano.

Sin embargo, como una lección más que la historia de la humanidad nos obsequia con cada catástrofe, podemos hacer una pausa en el camino hacia la salida de esta emergencia en particular y lograr que los problemas nos hagan más fuertes y unidos; es posible tomar decisiones de naturaleza ética y dar a esta palabra el peso que le corresponde en la construcción de nuestra vida cotidiana, porque no toda regulación debemos esperarla de quienes están en el poder, ya sea éste político, económico o religioso. Los ciudadanos, en nuestro papel de emprendedores, pequeños y medianos empresarios, comunicadores, estudiantes y educadores también podemos marcar la pauta de las relaciones sociales y comerciales. Para esto existe la ética, y es posible recurrir a ella si sabemos reconocerla en los dilemas que enfrentamos.

Cómo reconocer un dilema de carácter ético

En primer lugar, debemos asentar la idea de que la ética constituye una rama de la filosofía relacionada con las acciones del hombre y, en consecuencia, vinculada a la toma de decisiones y la transmisión pública de sus contenidos a través de la retórica. Aunque para muchas personas tales acciones “deben pertenecer” al ámbito de la moral, lo cierto es que las acciones y normas relacionadas con esas acciones no sólo son de orden moral sino también legal y del terreno de las costumbres. Así, una reflexión ética puede abarcar la discusión de un mal hábito, de una costumbre perjudicial para el bien colectivo o de una tradición que propicie odio, discriminación o ruptura entre las personas.

La ética observa también las leyes de todo tipo, luchando contra aquellas que no abonan al beneficio generalizado, ya sea porque nunca lo buscaron o porque las condiciones cambiaron tanto que el bien se ha diluido. Además, son competencia de la ética las diferencias sociales de criterio religioso, político o comercial. Entonces, estaremos accionando nuestro potencial ético cuando llevemos a la reflexión problemas que se advierten imposibles de resolver si recurrimos a las normas vigentes, porque al tratar de tomar como referencia tales normas observaremos que en ellas no están descritos todos los eventos que propician desacuerdo; es decir, que las normas pueden estar incompletas o dar lugar a dudas razonables. También puede ocurrir que las normas describan hechos que tenían lugar en el pasado, pero no existen en el presente.

La ética trabaja con base en hipótesis relativas a cómo mejorar una situación determinada, sirviendo de soporte a los tomadores de decisiones, como ejecutivos, abogados, médicos, periodistas y todo aquel cuyas acciones tengan un efecto directo o indirecto en la colectividad; es una disciplina que exige del individuo un dominio claramente superior de la información y una responsabilidad a toda prueba, ya que deberá elaborar sus hipótesis con un nivel de comprensión inalcanzable para la mayoría, y ello no tiene que ver, en principio, con niveles educativos o rangos administrativos sino con el compromiso establecido entre el individuo y la verdad, la persona y su grupo, su empresa o su pueblo.

Si para tomar una buena decisión –una que a todos les parezca justa– basta remitirse a un código civil o penal, a un manual de funciones o una doctrina, porque en el documento de referencia se cuente con todos los elementos para analizar y juzgar, entonces no debemos esperar más que lucidez y prontitud, pero nada de ello tendrá que ver con la ética, porque ésta nos apoya justo cuando la norma es incompleta, dudosa o inexistente.  Y esto no es nada fácil de lograr, porque mientras hay una norma, el deber de la comunidad es respetarla y hacerla respetar, de manera que cuando un líder comunitario, político, empresarial o moral advierte que una norma está resultando insuficiente para propender hacia la justicia y decide emprender nuevas acciones a partir de la reflexión ética, sus decisiones podrían resultar incomprensibles para los demás, habituados a las normas vigentes, implicando el riesgo de ver al emprendedor como fuera de lugar, la ley o la moral, al punto incluso de señalarlo como un traidor o alguien nocivo para la sociedad. Pero ése es el riesgo que enfrenta quien decide hacer de la ética su consejera.

Malos tiempos son los de crisis para cuestionar la legitimidad de las normas, pero son los únicos momentos en que suelen ser cuestionadas, al salir de la zona de confort de nuestras normalidades. Por esto resulta interesante escuchar a las autoridades políticas y de salud hablar de “nueva normalidad”, ya que al invocarla se hace un reconocimiento implícito de que el conjunto de normas que nos rigen pueden haber quedado obsoletas, presentar fisuras considerables o abrir el espacio a dudas razonables que convertirán cada situación en un problema. Es ahí donde las empresas, los colectivos y las sociedades en su conjunto requieren de esos líderes y comunicadores, sean ejecutivos u operativos, que creativamente atisben a donde los demás somos incapaces de imaginar; sobre todo porque más allá de una solución inmediata, que es requerida, nuestras acciones deben inscribirse, como decía Friedrich Nietzsche, en una óptica de “amor al lejano”, no nada más el amor al prójimo.

Si no tenemos esto en mente, se esconderán nuevos problemas detrás de cada uno de los que creamos haber resuelto; por ejemplo, mientras a inicios del año 2020 se contaba con algunas plataformas para la educación en línea, y apenas las grandes universidades acostumbraban su uso, para junio del mismo año, la publicidad de la mayoría de las universidades privadas ofrecía ya toda clase de cursos y formaciones académicas para docentes en línea, lo que no sólo es imposible de haberse logrado en el término de 3 o 4 meses sino que en la “nueva normalidad” inundarán la oferta de profesores con maestrías y doctorados que, sistemáticamente, serán rechazados por una demanda que irá descubriendo la superficialidad o franca posverdad con que esos cuadros se han formado. Ahí hay un problema de orden ético que espera un tomador de decisiones al respecto. Lo mismo puede ocurrir si las empresas relacionadas con comida y bebida calculan que separando las mesas para sus comensales habrán resuelto el riesgo de contagios, sobre todo si en ese giro comercial no sólo hablamos de restaurantes y hoteles sino de bares, cantinas y áreas de comida rápida en los centros comerciales, ya que esos espacios se han concebido justo para el acercamiento. En general, no son las autoridades civiles las que mejor conocen los negocios sobre los que ejercen autoridad sino los ejecutivos –que no los dueños, por necesidad– quienes deberían estar pensando en este momento cómo ingresaremos al futuro. Ahí está la reflexión ética para acompañarlos.

Asimismo, no debería ser una determinación administrativa de la alta burocracia la que marque la pauta de la moda en el vestir, porque de cara a imposiciones insuficientemente razonadas pueden derivarse sentimientos adversos de falta de identidad e integración a los grupos sociales, porque la civilización es un conjunto de constructos interdisciplinarios, y junto al juicio médico deben ir lo mismo el juicio político y el ideológico, y en todos el razonamiento debe ser el mismo: ¿cómo sería mejor la vida para todos?

Toda empresa y organización harían bien en incluir entre sus preparativos para el futuro a mediano y largo plazos a individuos capaces de hacer una formal prospectiva apoyados en la reflexión ética que, al tiempo que tengan en mente el beneficio colectivo, resulten suficientemente hábiles para conformar una visión panorámica de todas las variables que intervienen en sus operaciones cotidianas y hagan planes futuribles, antes que futurables, entendiendo lo primero como un futuro posible y lo segundo como un futuro deseable, según la obra de Michel Godet, a partir de la noción de prospectiva formulada en 1957 por Gaston Berger.

Hoy tenemos la oportunidad indiscutible de diseñar la vida que queremos para nuestras organizaciones, nuestras comunidades y nuestros colectivos, y podemos hacerlo en la conciencia de nuestra diversidad en todos los sentidos y con el auxilio de la ética, que en tanto filosofía de las cosas morales está comprometida no sólo con la justicia sino con la verdad.

REFERENCIAS

Carreño, S. (2016). Pragmatismo y Comunicación para la Enseñanza de una Metaética. México: UNAM (tesis doctoral).

—. (s/a). Prospectiva, la planeación del desarrollo profesional. En: https://www.facebook.com/ChapSemiotic/photos/a.3074043075999642/3074043509332932/?type=3&theater

Godet, M. y Durance, P. (2008). La prospective stratégique pour les entreprises et les territoires. Paris: Dunod.

Nietzsche, F. (2011). Así habló Zaratustra, Madrid: Alianza.

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