Fake News y simulación

César Suárez Álvarez

1. En diciembre de 2018 entró en funciones el nuevo gobierno federal. Este hecho ha desatado, como era de esperar, una ola inmensa de furiosos ataques en su contra. La oposición ha desplegado todas las tácticas de que dispone para tratar de frenar las políticas públicas que puedan emanar del gobierno federal. Por supuesto, en una democracia sana las críticas al régimen resultan necesarias, porque son un contrapeso ineludible contra el siempre latente riesgo del autoritarismo y, en ocasiones, tales frenos son, sin duda, fundamentales para proteger el bien público; sin embargo, y en una proporción nunca antes vista, entre las estrategias de la oposición se ha destacado una actividad tan oscura como execrable por sus efectos: las fake news (literalmente, noticias falsas). El fenómeno no es para nada nuevo, porque ya en la Edad Media, por mencionar un ejemplo, se hacían circular argumentos carentes de justificación, pero que se hacían parte del imaginario colectivo, teniendo, en ocasiones, resultados nefastos. 

No es mi intención hacer observaciones acerca de la política mexicana y las consecuencias sociales de las fake news. El ejemplo con el que inicio sólo es uno de muchos en que podrían estudiarse las noticias falsas. Hago un acercamiento al fenómeno de las fake news a partir de la lectura de un texto que, me parece, nos ofrece una perspectiva que supera la superficialidad, desentrañando uno de los elementos neurálgicos de la falsedad de la información: la intencionalidad, que va más allá de la desinformación. Me refiero al título Cultura y simulacro, de Jean Baudrillard.

2. A pesar de lo que la literalidad del término pudiera hacernos pensar, lo que vuelve especial su análisis no es la falsedad de las notas sino su finalidad. Según el Reporte sobre las campañas de desinformación, “Noticias Falsas (Fake News)” y su impacto en el derecho a la libertad de expresión, de la CNDH (2019), podemos decir de una fake news que “no sólo es necesario que sea una fabricación deliberada de información falsa y su difusión masiva, sino que también tenga como propósito principal engañar al público o a un sector del mismo por razones políticas o comerciales”. El peligro de las fake news, que impacta en el derecho a la libertad de expresión, como lo dice el título del reporte, no es la falsedad, como se mencionó antes, sino su telos, que es introducir en la sociedad una idea equivocada acerca de algún tópico, logrando que sus acciones sean útiles, de forma directa o indirecta, a los intereses de quienes las publican. Ejemplo claro de esto son las campañas electorales que, en mayor o menor grado, más bien son campañas de desinformación, en las que un partido (o todos) producen una gran cantidad de fake news buscando que parte del electorado cambie su intención de voto y los instale en el poder. 

3. Ahora bien, las fake news “evolucionan” al ritmo de los medios de información. Aunque tal vez sea una obviedad, este punto es crucial. Cuando niño, el medio de comunicación con más audiencia era, sin duda, la televisión. Básicamente ésta determinaba lo que la gente creía –como de cierta manera sigue ocurriendo. Y, al igual que hoy, una gran parte de la sociedad era proclive a tomar por ciertos argumentos que, más allá de ser entretenidos o hasta espectaculares, no tenían soporte epistémico alguno. En aquellos años tuvo gran impacto una “noticia” que me parece un excelente ejemplo de hasta qué punto nos dejamos convencer por embaucadores. A mediados de la década de 1990, primero en Puerto Rico, pero pronto en toda América del Norte, se volvió muy popular una criatura semimítica llamada “el Chupacabras” que, como lo dice su nombre, se alimentaba de la sangre de algunas especies de animales de granja, en especial de cabras. Fue tal la importancia mediática del “monstruo” que se hicieron múltiples estudios científicos para demostrar su inexistencia y los sesgos cognitivos a partir de los que se generó la leyenda. Por supuesto, todos los estudios llegaron a la misma conclusión, desesperanzadora para los amantes de la criptozoología, la ufología y las teorías de la conspiración.  

Quienes no vivieron en esa época pensarían que nadie pudo tomarse en serio tal historia; sin embargo, al igual que hace 25 años, y con un medio más extenso e inmediato, con acceso casi ilimitado a cualquier tipo de información confiable y rigurosa, hoy, seguimos conmoviéndonos con las mismas afectividades, salvo por la forma en que lo hacemos. En aquella época era a través de la televisión que, hoy en día, a pesar de su gran ascendiente social, se ve limitada frente al alcance de la Internet, y de ésta, por mucho, las redes sociales son el canal más productivo en términos de persuasión. En unos cuantos minutos una fake news puede tener miles de seguidores y ser leída por millones. A la lectura de la noticia le viene la reproductividad y la interpretación. En los mejores tiempos de la televisión una fake news se reproducía, a su vez, en la radio y los medios impresos. Luego se esperaba que la popularización de la “noticia” se hiciera persona a persona, siguiendo de alguna forma la tradición oral. Por ser determinante, este factor se ha mejorado y de qué forma: a la emotividad de la “noticia”, que facilita la apropiación del contenido, se le agrega el nada despreciable factor pertenencia: miles de “likes” o emoticones implican, en la subjetividad del receptor, la consumación de su papel de ser gregario: siempre es más fácil aceptar lo que miles han aceptado que ir solo a contracorriente. 

En conclusión, pienso que a la objeción que harían los nacidos en este siglo, sobre lo irrisorio del Chupacabras, se opondría la considerable dinámica de redes sociales, donde es posible y probable que nuestro hematófago amigo tendría vastas oportunidades de posicionarse en las redes sociales como trending topic.

Fake news y simulación

En su texto Cultura y simulacro (2005), Jean Baudrillard hace un interesante análisis sobre el concepto de simulación:

No se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito, todas sus peripecias.

El núcleo de la simulación es la suplantación de lo real. A partir de la incursión de la simulación ya no existe más lo real, sólo signos de lo real. El signo designa una cosa, no es la cosa misma. Para Baudrillard, la simulación ejerce el mismo efecto sobre lo real: lo designa, lo refiere, pero detrás de ella no hay realidad alguna: “disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia”. Uno de los argumentos más esclarecedores sobre el papel de la simulación lo ofrece el filósofo francés en el siguiente párrafo:

Más allá de la medicina y del ejército, campos predilectos de la simulación, el asunto remite a la religión y al simulacro de la divinidad: “Prohibí que hubiera imágenes en los templos porque la divinidad que anima la naturaleza no puede ser representada”. […] Justamente es esto lo que atemorizaba a los iconoclastas, cuya querella milenaria es todavía la nuestra de hoy. Debido en gran parte a que presentían la todopoderosidad de los simulacros, la facultad que poseen de borrar a Dios de la conciencia de los hombres; la verdad que permiten entrever, destructora y anonadante, de que en el fondo Dios no ha sido nunca, que sólo ha existido su simulacro, en definitiva, que el mismo Dios nunca ha sido otra cosa que su propio simulacro, ahí estaba el germen de su furia destructora de imágenes.

Así pues, si la religión descansa en una simulación, detrás de sus signos fundantes no hay nada. De ahí la justificación de la iconoclastia: la imagen no puede representar a Dios, y es que la imagen de Dios no puede ser más que simulación de una simulación; lo mismo ocurre con otros saberes: medicina, política… El problema es, según Baudrillard, que al suplantar a la realidad, la simulación se transmuta en hiperrealidad; es decir, termina siendo más real que lo real, lo que sólo existe en trazas, signos. 

Por desgracia, en estas breves líneas no es posible hacer un análisis más extenso del texto del filósofo francés. Baste el escueto resumen realizado para consolidar la idea de las fake news como simulación, más allá de la mentira.

Las fake news se instalan como representación de la realidad, de alguna realidad; pasan sólo a ser signo de lo real. Quien atiende una fake news la toma por real, porque puede ser indistinguible de ésta si no se dispone de elementos de justificación para objetarla, como busca la religión o el propio Chupacabras que, como fenómeno mediático es también un signo de lo real; es decir, simula lo real: su forma, el temor que inspira… Por ello hubo necesidad de que la ciencia diera cuenta de su falsedad: se requirió el auxilio de un tipo específico de saber, cuyo principio rector es precisamente el hacer patente lo real, para desvelar la inexistencia del fenómeno, y determinar que sólo era una simulación; sin embargo, al ser tomado como real por una parte no despreciable de la sociedad, se reafirma la hiperrealidad del evento. En suma, nuestro monstruo superó a la realidad que, a partir de ese momento, sólo será fundamentada por aquel, y no al revés. 

Para terminar, me gustaría enfatizar mi idea con un ejemplo actual. En días recientes, sólo muy poco antes de escribir estas líneas, se ha informado acerca de la creación de, al menos, una vacuna contra el SARS-CoV-2. Por supuesto que esta nota es de gran relevancia para toda la humanidad, porque ello representa la esperanza de frenar o, por lo menos, disminuir de forma importante el número de decesos por la Covid-19, que al momento ha alcanzado cifras por demás oprobiosas. Y, como ocurre en estos casos, las refutaciones no se han hecho esperar. Son variadas y con distintos niveles de evidencia. Me centraré en una que me parece especialmente simpática. Como todo mundo sabe, existe una corriente de “pensamiento” acientífica llamada “los antivacunacionistas”. Como lo dice su carta de presentación, defienden ideas tales como que las vacunas antes de ser una de las herramientas trascendentales de la medicina preventiva, son nocivas o, en el mejor de los casos, inservibles, ya que el sistema inmune basta para erradicar cualquier agente patógeno que supere nuestras barreras de primer contacto. Los seguidores de este movimiento también dicen que las vacunas sólo son el gran negocio de las farmacéuticas, porque al ser nimia su utilidad, por lo que referí antes, su única razón de ser es el gran negocio que hay detrás de su producción, distribución, etc. 

Adeptos a los antivacunacionistas y a las teorías de la conspiración han difundido la “noticia” de que la vacuna posee un chip 5G con el que seremos rastreados en todo momento y monitorizados en todas nuestras acciones. Un Gran hermano microscópico. Suponiendo (sin conceder) que hay razones sobradas para desconfiar no sólo de las empresas farmacéuticas y de los sistemas médicos, que han hecho de la salud un gran negocio, este argumento antivacuna en particular adolece de un pequeño defecto, suficiente para desarmar todas sus hipótesis: no tiene elementos firmes de justificación. La emotividad del argumento y su aparente lógica (que nace de la emotividad, que su vez es producto de la desconfianza y del escepticismo) pretenden ser causa suficiente y necesaria para demostrar su conjetura. Al igual que el fenómeno Ovni y el propio Chupacabras, sin pruebas ni una metodología sólida, se presentan como verdades absolutas, cuya demostración es en realidad irrelevante, porque la evidencia, según su óptica, salta a la luz a poco que se le mire. Pero, como mencioné líneas antes, la idea se refuerza con la adhesión de miles de usuarios de las redes quienes, de buena o mala fe, reproducen la fake news con el ánimo de incidir en una multitud desconcertada y desencantada de una ciencia que los atormenta con más dudas y preguntas en vez de ofrecer un saber seguro, inamovible, acerca de la realidad. Así, un hipotético nanochip 5G deviene realidad que supera cualquier otra que la ciencia procure describir; es un hiperreal a partir del cual se representa la existencia, y no al revés.

Conclusión

Las simulaciones son parte de la cotidianeidad desde hace siglos. La búsqueda de signos de la realidad que sean más tangibles que la realidad diaria es una práctica casi tan antigua como el hombre. La mitología, la religión y, en buena medida, los partidos políticos, tienen su origen en la fascinación del hombre por el saber seguro, estable. Desafortunadamente, el camino que lleva al conocimiento no es fácil y mucho menos perenne. Una de las cualidades más atractivas de la ciencia es precisamente su naturaleza cambiante, perfectible. Pero eso no parece satisfacer las exigencias de un público menos inquieto. Las fake news parecen ser agua fresca para aquellos a quienes el conocimiento confiable, aunque menos impresionante, no les dice mucho, y este “decir” no es trivial: el lenguaje, la formalidad, la estructura y hasta la emotividad de las proposiciones científicas, por ejemplo, siguen siendo el principal obstáculo para llegar a segmentos más amplios de la población. 

En su libro El mundo y sus demonios (2017), Carl Sagan se pregunta por qué es más fácil para el ciudadano común creer en abducciones extraterrestres que en los datos que la ciencia ofrece sobre tal o cual tópico. Su respuesta es implacable: las abducciones son más emocionantes y empatan mejor con los sentimientos que la biología celular, por ejemplo. Las fake news trabajan así: llegan a la sensibilidad y no a la razón, o la nublan. Siempre es más espectacular y dramático creer que el gobierno Chino creó un virus para invadir a los Estados Unidos que considerar que el virus, en una de sus múltiples mutaciones, fue capaz de ingresar a células humanas. Siempre es más emocionante, por lo indignante, pensar que el virus fue creado para disminuir el número de ancianos en el mundo que aceptar que la enfermedad es parte de la vida de los seres vivos y que de vez en cuando tenemos que habérnoslas con microorganismos que nuestro sistema inmunológico no reconoce y por ello nos ponen en aprietos.

Pienso que la mejor arma para combatir las noticias falsas es la información. Lamentablemente estamos todavía lejos de lograr que la simulación desplace a lo real en el ánimo de un mundo aún demasiado desinformado.

REFERENCIAS

  1. Juárez, R. (2019). Reporte sobre las campañas de desinformación, “Noticias Falsas (Fake News)” y su impacto en el derecho a la libertad de expresión. México: CNDH.
  2. Baudrillard, J. (2005). Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós.

3. Sagan, C. (2017). El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la obscuridad. Barcelona: Crítica.

Pin It on Pinterest

Shares
Share This