Antifeminismo en Internet, movilización de la violencia machista a las redes  sociodigitales

Carlos Alberto Carrizales González

Los usos y las prácticas que se desarrollan en las redes sociodigitales no siempre son tan nuevos como los discursos hegemónicos se empeñan en señalar. Si bien es cierto que renuevan condiciones para relacionarse o introducen modificaciones que complejizan diversos ámbitos de lo personal y lo social, lo privado y lo público, no podemos olvidar que en muchos casos reproducen las pautas de comportamiento y pensamiento ya establecidas en el mundo factual, el fuera de línea.

Esto es muy evidente, en particular, en aquellos aspectos desagradables de nuestras sociedades, como es el caso del antifeminismo, que ha “saltado” al espacio digital y se expresa en una gran diversidad de prácticas y expresiones de violencia, desde las que involucran la exposición de material privado, acoso o amenazas, hasta las que buscan deslegitimar a los movimientos feministas a través del escarnio, el escrache o la presión digital contra páginas u otros sitios relacionados.

De ahí que se observe como necesario discutir, desde la comunicación, el salto de este fenómeno a las tecnologías digitales. El propósito de este texto es la presentación de un marco de comprensión acerca de cómo el antifeminismo, en tanto expresión reaccionaria, provee un escaparate de exhibición y reproducción para la violencia machista, al incentivar lecturas negativas hacia el feminismo, las mujeres feministas y las mujeres en general, sirviéndose de las potencialidades de las redes sociodigitales.

Breve caracterización del antifeminismo

El antifeminismo es tan viejo como el feminismo. Las luchas feministas siempre han tenido que enfrentarse a resistencias que contradicen su validez y viabilidad, que minimizan o condenan sus objetivos, que les regatean sus logros y cuestionan su existencia (Bard, 2000). El antifeminismo puede definirse como “oposición a la igualdad de las mujeres”, en tanto que los antifeministas están en contra de “la entrada de las mujeres en la esfera pública, la reorganización de la esfera privada, su derecho al control de sus cuerpos y a los derechos de las mujeres en general” (Kimmel y Aronson, 2004, pág. 35). A menudo, afirman los autores, su discurso se justifica a partir de visiones religiosas o normas culturales, y en ocasiones en la idea de “salvar” a la masculinidad de la “contaminación” feminista. Igualmente, a menudo promueven una retirada nostálgica a los roles sexogenéricos patriarcales y defienden la división sexual del trabajo como “natural” (Kimmel y Aronson, 2004).

Si bien el posicionarse contra el feminismo y la liberación de las mujeres es el principal rasgo del antifeminismo, ésta no es su única característica, porque:

Mantiene un permanente coqueteo con la misoginia, y abarca […] también el miedo y la angustia que la mera posibilidad de su realización [del feminismo] provoca en el imaginario individual y colectivo, al contrariar las representaciones habituales […] de la diferenciación sexual en general, de lo masculino y lo femenino en particular, y de la relación entre ambos. Si el antifeminismo rechaza la igualdad […] es por entenderla como una amenaza (Rubio, 2013, pág. 124).

El antifeminismo y sus suscriptores enmarcan su ideología y su actuar en una lucha de resistencia contra la emancipación de las mujeres, ya que consideran que el feminismo dinamita órdenes naturales y sociales cuya protección es la empresa última del patriarcado. La mayoría de las expresiones antifeministas, históricamente han utilizado estrategias para pasar desapercibidas, porque están conscientes que su discurso, de ser demasiado explícito y misógino, podría condenarles (Rubio, 2013).

Debe reconocerse que el antifeminismo ha actuado desde una trinchera política, en el sentido de que se ha opuesto a la vertiente pública del feminismo en tanto movimiento social. Sus bases están en la defensa del orden patriarcal, y la misoginia y el machismo que éste propicia, mientras utilizan argumentos basados en la dicotomía fundacional masculino/femenino; pero las resistencias antifeministas surgieron y se mantienen, como una oposición a la movilización de las mujeres: “El antifeminismo tiene un amplio campo de acción. Toda su actividad se puede traducir en actos explícitos, tales como la censura, la prohibición de manifestaciones, las discriminaciones profesionales y […] las agresiones físicas” (Bard, 2000, pág. 28). Así entendido, el antifeminismo surge entonces como el resultado de un malestar que intenta obtener un sitio en la trayectoria de los temores tanto individuales como colectivos, señalando a los movimientos de mujeres como culpables de ciertas inestabilidades sociales.

 

Antifeminismo en Internet

En los espacios en línea ocurren diversas prácticas machistas y antifeministas que son un reflejo de aquellas que ya sufren las mujeres en el mundo factual (Engler, 2017). Es conveniente evitar ver en estas resistencias formas “nuevas” de atentar contra el feminismo y las mujeres, sino considerarlas herederas de las violencias sociales sistémicas, con nuevos contornos y escenarios. Así, la Internet y las redes sociodigitales es mejor comprenderlas más que como medios, como tecnologías de mediación (Gómez y Ardèvol, 2013) a las que afectan y nutren las discusiones, imaginarios y concepciones del mundo offline (y a la inversa).

De acuerdo con Christine Hine (2015), cuando discutimos lo que acontece en los espacios digitales, es pertinente utilizar el concepto de movilidad. Con él se comprende que estos discursos y estas prácticas se han movilizado al entorno digital, al igual que las relaciones interpersonales, los procesos burocráticos, la presentación del “yo” y otros aspectos de la vida social, que se han reorganizado y migrado, pero no han sido inventados ahí.

Verónica Engler (2017, pág. 78) comenta de forma acertada, “las mujeres siempre deben pagar un costo más alto que los varones por expresarse”, y el espacio digital no es la excepción. El antifeminismo posee una presencia más visible en las plataformas digitales, en páginas de Facebook, cuentas de Twitter, foros y blogs de Reddit y páginas web desde las que se ejercen varios tipos de violencia que, en su carácter multitudinario, tienen por objetivo el desprestigio y la ridiculización del feminismo y las feministas. Desde estos espacios se comparten memes, videos, fake news, gifs y otros productos visuales, audiovisuales o de texto, que propagan discursos sexistas, machistas o conservadores, que acosan a cuentas individuales de activistas o a fan pages relacionadas con mujeres, organizaciones y/o difusión feminista de cualquier tipo y que se dedican, en general, a producir, reproducir y encauzar estereotipos, prejuicios, discursos de odio y hate contra las mujeres feministas y el feminismo (Momoitio, 2014; Menéndez, 2017).

Estas expresiones utilizan elementos específicos de la cultura digital como el troleo, con el objetivo de acosarlas, amenazarlas o callarlas (Engler, 2017). A menudo, los usuarios que se suman a este tipo de actividades son hombres, aunque la presencia de mujeres no es poco usual. Karla Mantilla (2015) denomina al hecho de molestar, agredir, acosar y burlarse de las mujeres en línea como gendertrolling (“troleo de género”), y consigna que se diferencia del troleo común en que es más virulento, duradero y amenazante, porque quienes lo ejercen toman en serio su causa e impulsan a otros a sumarse. Esto hace que haya muchos usuarios que sostienen sus ataques prolongadamente.

Entre su repertorio de estrategias se hallan los insultos sexistas, misóginos o sexuales, dirigidos contra mujeres que expresan sus opiniones, así como su movilización entre plataformas para ajustar sus insultos a las características de cada espacio. El gendertrolling continúa una labor patriarcal de cerrarle a las mujeres los espacios de discusión y deliberación, en un proceso que ridiculiza sus voces para desautorizarlas y negarles validez y reconocimiento (Mantilla, 2015). Entre los estudios sobre antifeminismo en línea, la exploración de la manósfera (manosphere) es una parada obligada. Se trata de una especie de subcultura online conformada por una red de grupos, perfiles, fan pages, foros, sub-reddits y páginas web dedicadas a promover el antifeminismo:

Red pill, unicorn, incels (celibatos involuntarios), AWALT (all women are like that –Todas las mujeres son iguales) […] neologismos que pueden leerse en blogs, foros y sitios web de movimientos con una general tendencia misógina y antifeminista; la llamada manósfera […] se inspira en películas como Matrix para señalar que aquellos que toman la píldora roja […] han conseguido liberarse de las persuasiones feministas dominantes y eligen abrazar la dolorosa verdad […] frente a los que toman la píldora azul […] a los que llaman también vendidos a la causa feminista o detractores (Carreras, 2019, pág. 51).

Aunque estos espacios no siempre están vinculados entre sí, han construido un argot de ataque frontal al feminismo, promoviendo la idea de que los hombres son los “grandes perdedores”, oprimidos por el movimiento. Las principales comunidades son cuatro: Men´s Rights Activist (MRA-Activistas por los Derechos de los Hombres), enfocados en los asuntos sociales e institucionales, promoviendo falsas ideas de discriminación hacia los hombres; los Incels (Involuntary Celibates (Célibes Involuntarios), hombres jóvenes unidos en torno a un fuerte rechazo hacia las mujeres, argumentando que ellas no sostienen relaciones sexo-afectivas con ellos por su físico; los MGTOW (Men Going Their Own Way-Hombres Tomando su Propio Camino), quienes creen que la sociedad está dominada por las mujeres y los hombres se encuentran perseguidos, por lo que promueven una especie de separatismo de los hombres con las mujeres y, a veces, de toda la sociedad, reivindicando la reconstrucción de una “cultura masculina” fuera de la “corrección política” impuesta, presuntamente, por el feminismo; por último, los Pick-Up Artist (PUA-Artistas de la Seducción), una comunidad que comparte “estrategias” o “técnicas” para que los hombres consigan citas o relaciones sexuales, a menudo promoviendo la objetivación de las mujeres y el acoso (Horta et al., 2020; Van Valkenburgh, 2018; Ging, 2017). Otras comunidades también se encuentran en la manósfera, como las Geeks, Gamers, o TradCons (Traditional Conservative- Conservadores Tradicionales, con vínculos con la ultraderecha), pero no son las más difundidas.

El término manósfera apareció en 2009 en Blogspot para referirse a una red de comunidades interesadas en los intereses masculinos y luego fue popularizado por el usuario Ian Ironwood cuando publicó, en 2013, su panfleto The Manosphere: A New Hope for Masculinity. A raíz de ello, la manósfera recibió considerable atención del periodismo por su exacerbada misoginia y por su relación con jóvenes perpetradores de tiroteos masivos y violaciones en colegios (Ging, 2017).

La “filosofía” Red Pill sirve como ideología unificadora. La referencia es de la película Matrix (1999, Hermanas Wachowski), en la que una píldora roja hará despertar al protagonista de la “vida real”, para darse cuenta de que vive en una ilusión. En la manósfera, la metáfora de “tomar la píldora roja” se refiere a “tomar conciencia” de que la sociedad moderna y las estructuras de poder privilegian a las mujeres; que los hombres se encuentran en una desventaja sistémica y que deben salirse de la lógica “ginocéntrica”: ya sea a través de la misoginia y el maltrato hacia las mujeres (Incel o los MRA), o a través de tácticas para usar esas estructuras “a su favor” y conseguir favores, a menudo sexuales (también a través de la misoginia y el maltrato, pero conceptualizados como algo que las mujeres “merecen” por “abusar” de los hombres; por ejemplo, los PUA).

En la manósfera se comparte la idea de que el feminismo es una estrategia para disfrazar la explotación masculina a través del “mito de la opresión de las mujeres”. Según esto, el feminismo justifica la “extracción de recursos” de los hombres a través del Estado (en pensiones alimenticias, impuestos, obligación de proveer) o la familia, al establecer que los hombres han subordinado a las mujeres. Asimismo, introducen nociones tales como “betas” o “alfas” para referirse a hombres minimizados o atractivos para las mujeres, respectivamente y enfocan su narrativa en cómo los hombres pueden sacar ventaja del sistema tal como es (Van Valkenburgh, 2018; Ging, 2017).

Empleando con frecuencia un tono insultante y beligerante contra las feministas y las mujeres, estos espacios son cada vez más populares e incrementan su actividad, y también utilizan un lenguaje más violento (Horta et al., 2020; Krendel, 2020; Gotell y Dutton, 2016). En ellos se comparten datos o estadísticas falseadas acerca de violencia contra las mujeres o denuncias falsas; contenidos pseudocientíficos que naturalizan los roles sexogenéricos patriarcales; imágenes con frases descontextualizadas o falsas de feministas; videos de personajes de derecha que “destruyen” al feminismo y otros contenidos dirigidos a deslegitimar el movimiento y ridiculizarlo. Provenientes de México o España, también se tejen manósferas con sitios como Mediterráneo Digital, Caso Abierto o Voice For Men en español, o páginas como Amores Antifeministas, El Búnker Antifeminista, y similares. Palabras y conceptos como “ideología de género”, “feminazi”, “hembrismo” o “feminismo supremacista”, prestados de agendas derechistas y religiosas, impulsan sus discursos (Engler, 2017; Carreras, 2019). Es necesario percatarse de que las expresiones antifeministas contemporáneas han tejido vínculos con comunidades y discursos conservadores y de derecha. Julia Ebner, investigadora del Instituto para el Diálogo Estratégico en Londres, señala que los espacios digitales que reproducen violencia contra mujeres han sido menos vigilados por las autoridades, porque la atención se ha concentrado en otros extremismos (Detsch, 2019). El soslayo de las autoridades locales o la inacción de las empresas para combatir el odio, ha propiciado que el antifeminismo pase desapercibido, causando estragos hacia aquellas a quienes dirige su agresividad.

Conclusiones

Así como la fuerza del feminismo ha crecido, también las reacciones en su contra, que han encontrado en los espacios digitales nuevos lugares de enunciación y posicionamiento. En años recientes, reacciones adversas contra feministas han sido alentadas desde diversos frentes: tratamientos mediáticos juiciosos que minimizan sus demandas; opiniones de diversos personajes (escritores, periodistas, políticos) que condenan el movimiento o se empeñan en señalarle “extremismos”; hashtags, bots y diversas publicaciones en redes sociodigitales que crean y reproducen contenidos que buscan deslegitimar las protestas; actores políticos que minimizan o niegan las violencias contra las mujeres, entre otras formas de discurso antifeminista. Con este breve repaso acerca de las estrategias, espacios y repertorios ideológicos del antifeminismo en Internet, se vislumbra hasta qué punto esta reacción se sitúa en el continuum de expresiones y acciones llevadas a cabo para desprestigiar la lucha por la emancipación de y para las mujeres, así como la necesidad de desentrañar sus operaciones e identificar su constitución y las tradiciones que los soportan para, desde la comunicación y su andamiaje teórico, pensar cómo contrarrestarla, al conocer sus discursos y códigos.

REFERENCIAS

Bard, C. (2000). Un siglo de antifeminismo. Biblioteca Nueva.

Carreras, J. (2019). Neoderechas y antifeminismo. Viento Sur, (166), 51-61

Engler, V. (2017). Antifeminismo Online. Nueva Sociedad, (269), 78-88.

Detsch, C. (2019). La extrema derecha y el odio en las redes. Entrevista a Julia Ebner, entrevista por Claudia Detsch. Nueva Sociedad. En: https://nuso.org/articulo/un-grito-que-pide-amor/

Ging, D. (2017). Alphas, Betas, and Incels: Theorizing the Masculinities of the Manosphere. Men and Masculinities, 22(4), 638-657.

Gómez, E. y Ardévol, E. (2013). Ethnography and the field in media (TED) studies: a practice theory approach. Westminster Papers in Communication and Culture, 9, 27-45.

Gottell, L. y Dutton, E. (2016). Sexual violence in the “manosphere”: Antifeminist men´s rights discourses on rape. International Journal for Crime, Justice and Social Democracy, 5(2), 65-80.

Hine, C. (2015). Ethnography for the Internet: Embedded, Embodied and Everyday. Bloomsbury Publishing.

Horta M., Blackburn, J., Bradlyn, B. et al. (2020). “The Evolution of the Manosphere Across the Web”. En arXiv Computer and Science. Universidad de Cornell.

Kimmel, M. y Aronson, A. (2004). Men and masculinities. A Social, Cultural, and Historical Encylopedia. Volume I. ABC-CLIO.

Krendel, A. (2020). The men and women, guys and girls of the “manosphere”: A corpus-assisted discourse approach. Discourse & Society, 31, 607-630.

Mantilla, K. (2015). Gendertrolling: how misogyny went viral. Praeger.

Menéndez, M. I. (2017). Entre neomachismo y retrosexismo: antifeminismo en industrias culturales. Prisma social. Revista de Ciencias Sociales (2), 1-30.

Momoitio, A. (2014). “Violencias patriarcales en la red: internet al servicio de la violencia contra las mujeres”. En T. Donoso-Vázquez (coord.), Violencia de género 2.0. Kit-Book.

Rubio Grundell, L. (2013). Instinto depravado, impulso ciego, sueño loco: El antifeminismo contemporáneo en perspectiva histórica. Encrucijadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales (5), 121-137.

Van Valkenburgh, S. (2018). Digesting the Red Pill: Masculinity and Neoliberalism in the Manosphere. Men and Masculinities, 24(1), 1-20.

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