El lenguaje sexista en Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco

Javier Galindo Ulloa

Entre la novela mexicana del siglo XX se encuentra Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, como un testimonio de la Ciudad de México durante la presidencia de Miguel Alemán (1946-1952), pero también como un retrato de la violencia verbal y discriminatoria a la mujer en tanto madre, esposa y amante. Es evidente que el odio no sólo se manifiesta entre los compañeros de Carlitos en el momento en que se enamora de Mariana, la madre de Jim, sino también en las expresiones sexistas hacia los personajes femeninos que aparecen como subordinados al hombre, según la jerarquía de valores de una sociedad patriarcal en sus distintos roles sociales. El lenguaje sexista en esta novela, escrita en 1981 por Pacheco, discrimina el rol de la mujer de la época del alemanismo, y que aún persiste en la conciencia del mexicano.

La mayoría de la crítica literaria y académica ha abordado el enamoramiento del niño Carlitos hacia una mujer mayor que él, la espacialidad y la cultura en la Ciudad de México de aquel tiempo, el crecimiento de la burguesía y el modelo de vida estadounidense, y poco se refiere al habla de los personajes que aluden a la violencia verbal contra la mujer. De manera convencional, un niño varón se enamora de una mujer, amante de un señor relacionado con la política de Miguel Alemán; hay una crítica a la desigualdad social de la época, reflejado también en la escuela a la que asiste Carlitos, de la Colonia Roma, donde la figura de la madre es comparada según a la clase social a la que pertenece. La de Carlitos se dedicaba al hogar, a atender al marido y a los hijos; su padre era encargado de una fábrica de jabón venida a menos, pero recibía de él los mejores consejos de igualdad y respeto hacia sus compañeros de origen extranjero o humilde. Después de que se sabe de la intención de Carlitos hacia Mariana, se desencadena una serie de conflictos entre sus padres, su hermano Héctor y sus hermanas, a través de una violencia verbal y física en ese ambiente patriarcal, mientras que el personaje principal de Las batallas en el desierto vive con el recuerdo de esa imagen erótica hasta la edad adulta.

La novela muestra una cultura dominada por el género masculino y una sociedad patriarcal. El narrador enumera las transmisiones radiofónicas de historias de héroes de la época, el programa de la Doctora Corazón, y las canciones de boleros. Manifiesta el mundo masculino a través del amante de Mariana, el maestro Mondragón, los compañeros de escuela de Carlitos y su padre como jefe de la familia. La figura presidencial de Miguel Alemán contextualiza el paternalismo de estos personajes que aspiran a un mundo mejor.

Para Marcela Lagarde (2005, pág. 375):

La ideología patriarcal considera que el padre es el hombre pleno, el adulto que trabaja, que organiza la sociedad y dirige el trabajo, la sociedad y el Estado. Su calidad de padre se suma entonces a los atributos masculinos patriarcales y le otorga el poder de quien trasciende mediante los hijos, en quienes se perpetúa y sobre quienes ejerce, a nombre del poder, la dirección y el dominio en la cotidianidad.

En Las batallas en el desierto, es evidente la presencia del padre como un sujeto que tiene el derecho a dominar a la mujer a través de la violencia física, verbal o simbólica, en el sentido de que ella vive conforme a la economía del esposo o el amante. De esta manera, los hijos heredan del padre, no sólo su comportamiento, sino las formas de expresarse hacia la mujer despectivamente, como un objeto de placer o destinada al hogar.

La mujer se construye de acuerdo con el contexto social en que se desarrolla y asume un rol bajo el dominio del hombre. En la época de Miguel Alemán, poco destacaba en la cultura y vida social, no se le reconocía aún la ciudadanía y tampoco tenía derecho al voto. Las formas de dirigirse a ella eran muy denigrantes, como lo retrata el narrador de la novela de Pacheco.

Para Tamarit (2021), en la primera mitad del siglo XX los conceptos de sexo y género eran asimilados como sinónimos. La antropóloga Margaret Mead, en el terreno de las ciencias sociales, distinguió ambos términos aduciendo que los roles y el comportamiento sexual de los seres humanos varían de acuerdo con “el contexto sociocultural en el que crecen y viven las personas (pág. 19).

Es necesario definir ambos términos según Tamarit (2020, pág. 20):

El sexo hace referencia a las diferencias y características biológicas, anatómicas, fisiológicas y cromosómicas que poseen las personas. Esas diferencias clasifican a los seres humanos en dos tipos: hombres y mujeres. Se trata de una condición biológica con la que se nace.

Por el contrario, el género es el conjunto de ideas que son aprendidas y pueden ser diferentes en distintas culturas y épocas. Son características psicológicas (no biológicas), sociales y culturales, socialmente asignadas a las personas en función de su sexo.

En otras palabras, el género es la construcción social de ambos sexos, en nuestro caso de lo femenino. Asimismo, el lenguaje influye en esta socialización genérica:

El valor simbólico de la lengua es indudable; y si lo que no se nombra no existe, la mujer ha quedado invisibilizada en la lengua desde tiempos ancestrales, porque, como afirma Isaías Lafuente, “durante siglos la lengua ha estado nombrando la realidad donde el protagonista era el hombre” (Tamarit, 2021, pág. 27).

Esta invisibilidad de la mujer en el lenguaje se refiere a la concordancia adjetiva donde predomina el uso del adjetivo en plural respecto del sustantivo masculino. Para Eulalia Lledó, el lenguaje no es sexista en sí mismo, pero sí lo es en su utilización: “no obstante, si se utiliza correctamente también puede contribuir a la promoción de la igualdad y a la visibilización de la mujer en campos en los que su presencia ha sido pasada por alto” (citada en Tamarit, 2021, pág. 27).

Por lo tanto, el sexismo lingüístico puede definirse como “el uso discriminatorio del lenguaje por razón del sexo” (Tamarit, 2021, pág. 28).

En concreto, se conoce como duales aparentes a las palabras que cambian de significado según se apliquen a un sexo u otro, adquiriendo con frecuencia un sentido negativo cuando se refieren a la mujer; por ejemplo: hombre público vs. mujer pública, o verdulero vs. verdulera.

En cuanto a las formas de tratamiento:

Es frecuente que a un hombre se le aplique el tratamiento de señor, con independencia de su estado civil, mientras que en el caso de las mujeres se hace una distinción entre señora, que se refiere a las mujeres casadas, y señorita, que se aplica a las que se encuentran en una situación de soltería (Tamarit, 2021, pág. 29).

Existen otros fenómenos léxicos y estructurales que en el uso “normal” del español resultan discriminatorios para la mujer, como son:

  1. Expresiones verbales que asocian la imagen de la mujer con cualidades como debilidad, pasividad, habilidad especial para las labores domésticas, histeria infantilismo, etcétera, y que infravaloran a las mujeres.
  2. Mención de las mujeres únicamente en su condición de madres, esposas, etcétera; es decir, en función de los y las demás con quienes se relacionan…
  3. La existencia de un orden jerárquico al nombrar a mujeres y hombres, ordenamiento que y reproduce la jerarquía social (primero se los nombra a ellos y en segundo lugar a ellas) (Tamarit, 2021, pág. 29).

En Las batallas en el desierto, el narrador-personaje reproduce palabras despectivas que se escuchan en las conversaciones de muchachos hacia la madre de Jim. Se muestra el tratamiento lingüístico que se le da al padre de este niño: “Señor”; en cambio a Mariana se le ve como su “querida”, además:

La esposa (del Señor) es una vieja horrible que sale mucho en sociales. Fíjate cuando haya algo para los niños pobres (je je, mi papá dice que primero los hacen pobres y luego les dan limosna) y la verás retratada: espantosa, gordísima. Parece guacamaya o mamut. En cambio, la mamá de Jim es muy joven, muy guapa, algunos creen que es su hermana […] El Señor no trata muy bien al pobre de Jim. Dicen que tiene mujeres por todas partes. Hasta estrellas de cine y toda la cosa. La mamá de Jim sólo es una entre muchas (Pacheco, 2002, pág. 8).

A través del narrador se observa el comportamiento de los personajes y el dominio machista del “Señor” sobre la mujer y la familia, con el derecho de relaciones extramaritales.

Carlitos toma conciencia de la figura de la madre, como un ser respetuoso y responsable de sus hijos, como lo expresa en su respuesta a sus compañeros que hablan mal de Mariana: “¿les gustaría que se hablara de sus madres en esa forma?” (Pacheco, 2001, pág. 9). De esta forma, el niño describe a su madre como una mujer empeñada en el cuidado del hogar y de los hijos. Es un personaje muy ligado al concepto que le atribuye Marcela Lagarde (2005, págs. 376-377) a este rol maternal:

La madre es la institución histórica, clave en la reproducción de la sociedad, de la cultura y de la hegemonía, y en la realización del ser social de las mujeres. Las madres contribuyen personalmente, de manera exclusiva en el periodo formativo y compartida durante toda la vida, a la creación de consenso del sujeto al modo de vida dominante, en su esfera vital.

Esta idea se manifiesta claramente en la madre de Carlitos, que era originaria de Jalisco y de una familia católica:

Mi madre siempre arreglando lo que dejábamos tirado, cocinando, lavando ropa; ansiosa de comprar lavadora, aspiradora, licuadora, olla express, refrigerador eléctrico. (El nuestro era de los últimos que funcionaban con un bloque de hielo cambiado todas las mañanas.) En esa época mi madre no veía sino el estrecho horizonte que le mostraron en su casa. Detestaba a quienes no eran de Jalisco. Juzgaba extranjeros al resto de los mexicanos y aborrecía en especial a los capitalinos. Odiaba la colonia Roma porque empezaban a desertarla las buenas familias y en aquellos años la habitaban árabes y judíos y gente del sur: campechanos, chiapanecos, tabasqueños, yucatecos. Regañaba a Héctor que ya tenía veinte años y en vez de asistir a la Universidad Nacional en donde estaba inscrito, pasaba las semanas en el Swing Club y en billares, cantinas, burdeles (Pacheco, 2001, pág. 10).

A la madre de Rosales, Carlitos la describe como una mujer de veintisiete años que parecía de cincuenta:

Me recibió muy amable y, aunque no estaba invitado, me hizo compartir la cena. Quesadillas de sesos. Me dieron asco. Chorreaban una grasa extrañísima semejante al aceite para coches. Rosales dormía sobre un petate en la sala. El nuevo hombre de su madre lo había expulsado del único cuarto (Pacheco, 2001, págs. 12-13).

Por el contrario, la madre de Jim para Carlitos era joven, elegante y hermosa. Se sorprende que su amigo le hable por su nombre:

Oye, ¿cómo dijiste que se llama tu mamá? Mariana. Le digo así, no le digo mamá. ¿Y tú? No, pues no, a la mía le hablo de usted; ella también les habla de usted a mis abuelitos. No te burles Jim, no te rías (Pacheco, 2001, pág. 14).

Mariana se construye de acuerdo con el rol que desempeña con el Señor, padre de Jim. Mantiene un estabilidad social y económica al vivir tranquila en casa y en espera de su hijo. Su hermosura es motivo para que Carlitos se enamore de ella y se lo confiese. Este encuentro a solas con ella genera un escándalo en la familia y la escuela. Jim y sus compañeros se distancian de él.

La madre de Carlitos, en cambio, se escandaliza por esta experiencia amorosa, libre y sin prejuicios. Mujer provinciana, desterrada de su tierra y desamparada por los caciques posrevolucionarios, condenaba la actitud del hijo en esta horripilante ciudad de México. De ella misma, el narrador reproduce palabras discriminatorias a Mariana:

Cómo es posible, repetía, que en una escuela que se supone decente acepten al bastardo (¿qué es bastardo?), o mejor dicho al máncer de una mujer pública. Porque en realidad no se sabe quién habrá sido el padre entre todos los clientes de esa ramera pervertidora de menores (Pacheco, 2013, pág. 26).

A lo largo de la novela se manifiesta una serie de palabras que definen el deseo como un mal ante la inocencia de Carlitos, pero siempre descalificando a la “mujer pública” o “pervertidora de menores” de Mariana. Esto se refuerza con la actitud acosadora de Héctor con las sirvientas de la casa:

Pero en aquella época: sirvientas que huían porque “el joven” trataba de violarlas <guiado por la divisa de su pandilla: “Carne de gata, buena y barata”, Héctor irrumpía a medianoche, desnudo y erecto, enloquecido por sus novelitas, en el cuarto de la azotea; forcejeaba con las muchachas y durante los ataques y defensas Héctor eyaculaba en sus camisones sin lograr penetrarlas…> (Pacheco, 2013, pág. 27).

Tiempo después, Carlitos rememora la colonia Roma donde pasó su infancia. Encuentra a su amigo Rosales y le invita a comer una torta con tal de que le diga qué pasó con Mariana. Él muchacho le confiesa que ella murió, después de un pleito con el Señor en un cabaret de Las Lomas:

Discutieron por algo que ella dijo de los robos en el gobierno, de cómo se derrochaba el dinero arrebatado a los pobres. Al Señor no le gustó que le alzara la voz allí delante de sus amigos poderosísimos: ministros, extranjeros millonarios, grandes socios de sus enjuagues, en fin. Y la abofeteó delante de todo el mundo y le gritó que ella no tenía derecho a hablar de honradez porque era una puta (Pacheco, 2013, pág. 34).

El lenguaje sexista en Las batallas en el desierto se usa como una estrategia literaria con el fin de retratar una época de la ciudad de México, del ambiente social y cultural de la radio y la prensa escrita; también los estados de ánimo del personaje principal por el enamoramiento de una mujer mayor que él; la trama se enriquece por el tratamiento del lenguaje sexista hacia Mariana y la figura de la madre de Carlitos.

Esta nueva lectura de la novela tiene el propósito de que el estudiantado tome conciencia del lenguaje sexista que ellos escuchan en su vida cotidiana, en el transporte público, en las reuniones familiares y en la misma escuela. Pretende comprender el contexto en que vivía entonces la mujer del siglo XX antes de que se le reconociera como ciudadana. ¿Ahora será posible visibilizar a la mujer de otra manera a través del lenguaje inclusivo? De esta forma, se fomenta el respeto a la mujer y se valora su rol de acuerdo con sus necesidades y capacidades físicas e intelectuales, más allá de su identidad sexual.

REFERENCIAS

Hernández, M. E. (2018). Nueva realidad burguesa en México: Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. México: Facultad de Filosofía y Letras-UNAM (tesina de licenciatura).

Lagarde, M. (2005). Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. México: UNAM.

Pacheco, J. E. (2013). Las batallas en el desierto. México: Era.

Tamarit, A. (2021). Información y comunicación con perspectiva de género. Madrid: Síntesis.

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