Memorias del pensar y sentir: simulacro de la realidad

Alejandro Salcedo Aquino

El mes de agosto de 2020, en plena pandemia de Covid-19, ve la luz Memorias del pensar y sentir: lo absoluto, mundano e (im)posible (México: Milian Und Kunst Editores/Primedia eLaunch, 2020), obra colectiva de relatos de ficción, insinuantes y provocativos, coordinada por Miguel Ángel Maciel, en la que participan Leonardo Eguiluz, Fernando Martínez, Arturo Salcedo, Alejandro Sampedro y Eder Daniel Torres. La aparición de una nueva obra siempre será motivo de festejo, porque es parte de la vida y trayectoria intelectual de quien la hace posible, aun cuando las circunstancias sean adversas para su publicación.

José Saramago decía que quien escribe es “sueño y pensamientos reunidos”. En ese sentido, se puede asumir que escribir es un memorial del pensar y del sentir; del pensar y del sentir lo absoluto, lo mundano y lo (im)posible. Escribir es hurgar nuestro pensar y sentir lo terrenal, pero también lo absoluto que rodea y desborda al ser humano, del cual forma parte. Leer, por su parte, es un acto de libertad; el coloquio lectivo es en consecuencia creación y recreación como enmienda de nosotros que hacemos la lectura, rectificándonos en lo que conservamos y anhelamos ante el porvenir. 

¿Por qué leer ficción o por qué se escribe ficción si la realidad es tan rica?, ¿por qué escribir Memorias del pensar y sentir? El problema quizá es que la línea entre realidad y ficción siempre es difusa, y esto se advierte con particular claridad en diferentes ámbitos. Pensemos en la ciencia: antes se decía que el espacio era lineal, ahora, a partir de Einstein se dice que es curvo. En Ética se afirmaba que las normas eran universales, ahora se defiende que son contextuales. En política hay quienes priorizan la libertad sobre la seguridad, pero otros, a la inversa, dan prioridad a la seguridad sobre la libertad. ¿Dónde está la realidad y dónde la ficción? 

Creo que para comprender la realidad muchas veces se requiere de un relato. Nietzsche dijo que no hay hechos sino sólo interpretaciones, y de cierta manera esto es muy sugerente. Es que para entender la realidad hace falta la ficción: leer novela, y cuento nos ayuda a disfrutar la realidad, pero también a entenderla mejor y estar alerta contra aquellas visiones que se empeñan en que interpretemos la realidad de una manera unívoca.

El hecho es que la literatura, en especial la narrativa, como medio de comunicación, crea simulacros de la realidad: incluso si no existen los hechos que expone, son similares a hechos acaecidos o posibles, o hallados en la memoria. Asimismo, evoca personajes que, aunque no sean históricos, se asemejan a personas que se mueven en el teatro de la vida, y proyectan significados y mensajes plausibles, con verosimilitud.  

La creación literaria es en sí un acto comunicativo y, como tal, comprehende los elementos que constituyen el acto lingüístico que trata de comunicar algo. Lo fantástico está vinculado con la mímesis, un concepto gestado en la antigua Grecia; la imitación que en la estética literaria constituye el núcleo del arte. Paul Ricoeur, en La metáfora viva, señala que la mímesis, como proceso de construcción, opone al carácter pasivo de la noción de copia, el significado dinámico de la poíesis, como creación. Es la capacidad del lenguaje para ir más allá de sí mismo, hacia la metáfora, donde se da la unión de recomposición con la elevación y de apelación a lo real (de cercanía) con la invención (de distancia). 

El elemento que impregna transversalmente las narraciones de los autores de la obra que se presenta, es la metáfora, como traslación de sentidos y referencias; es decir, la tensión entre el sentido literal y el figurado. Así, pues, mímesis y ficción establecen una dialéctica en la que tiene una relativa importancia la efectiva relación con lo real, mientras que tiene una importancia mucho mayor el intento comunicativo del escritor, cuya formulación remite a los significados de los mensajes de lo real y lo posible.

Memorias del pensar y sentir: lo absoluto, mundano e (im)posible es un ejercicio creativo de composición de sugerentes tramas de imitación de la acción humana, en el sentido de nuestra pertenencia al mundo, porque el ser en el mundo es el horizonte de toda mímesis, en especial en su significado dinámico y creativo, como fruición de la narrativa. En efecto, es invención, no referida como copia sino como un acto hermenéutico, de interpretación de nuestro ser en el mundo. Es la propuesta de un mundo en el que uno pudiera vivir, pero con proyección al mundo deseable. 

Cada uno de los autores de la obra establece en sus relatos una trama que gira en torno al propio desarrollo para provocar en el lector una reconfiguración, porque la escritura, como la lectura, es ese tejido en que el lenguaje y la realidad se cruzan para proyectarse más allá del texto mediante tal reconfiguración. Es claro que el lector, al interesarse por una obra como la que se presenta, de lo fantástico y la ficción, acepta respetar un pacto ficcional, que acepta los relatos con el presupuesto de la verosimilitud. 

Una importante puntualización podría ser: que el lector quedará impresionado por los propios acontecimientos fantásticos, imposibles o maravillosos, y no por su mera presencia; estará atento para asistir a algo excepcional, que en principio quizá no sepa de qué se trata en cada caso específico: “Un cuerpo sin alma”: ¿cuántos cuerpos sin alma habrá entre nosotros?; “Tacos, amor y un triste adiós”: conocer el corazón humano; “Simulaciones”: la fascinante intriga humana de escapar de la realidad y romper las cadenas opresivas; “Crónicas de un defensor titánico de paradoja múltiple”: el nuevo mundo del espacio-tiempo de la paradoja múltiple; “Escritor singular”: ¿es la singularidad tecnológica la que da un salto evolutivo irreversible de lo humano?, y “Los jóvenes y el misterio del mar blanco”: ¿nos estamos acercando al nivel de un dios? Verdaderamente no nos equivocamos mucho al imaginar a los escritores (sobre todo a los más aficionados a la sorpresa) rivalizando en la constante invención de nuevos incentivos para el estupor. 

Es más probable que el elemento sorpresa quede separado del placer de la mentira. El lector sabe ya que un determinado texto le va a proporcionar ciertas dosis de ficción y, justamente porque lo sabe, está mejor preparado para gozar de ella cuando se presente. El estupor ante lo irreal, lo imposible, el absurdo, es una necesidad como otra cualquiera, y los textos en que esto aparece cumplen una función determinada. Recurrir a la ficción (inventándola o usando la invención de los demás) es ensanchar por un momento el espacio de lo real y avanzar por zonas normalmente prohibidas.

Memorias del pensar y sentir es un ejercicio colectivo de revelación donde lo fantástico se hace presente en muchas ocasiones como nostalgia, y cuya irrupción altera instantáneamente el presente, quiebra sus propios límites y lo proyecta al futuro, donde los personajes abren ventanas hacia lo inesperado e (im)posible. 

Cada narración siembra una semilla donde está durmiendo un árbol gigantesco que crecerá en sus lectores y dará sombra en su memoria. Realistas o fantásticas, tales narraciones plantean una visión más profunda que la misma realidad, porque la verosimilitud de lo contado evoca los misterios de la condición humana: las emociones, el alma, el vacío, la esperanza, el amor, las inclinaciones, las pasiones, el corazón humano, las simulaciones, el cambio permanente, el recuerdo o el olvido. Lo simbólico de las narraciones hace patente cómo la imaginación puede ser más fuerte para el hombre que lo que suponemos como existente. El hombre está dimensionado por la realidad, pero también por lo simbólico. 

Cuando las urgencias del vivir nos atosigan, un silencioso coloquio del lector con el autor de lo leído, devela el pensamiento, el sentimiento, el recuerdo y la invención, ya que las proyecciones de lo anhelado, del futuro, son un elemento clave para la representación que una sociedad se hace de sí, al dibujar horizontes de expectativas que orientan los pasos del presente. 

En suma, al escribir, también nos leemos: miramos en el fondo de nosotros, porque la escritura y la lectura nos ayudan a abismarnos. Luego nos vuelven a sacar a flote y nos colocan en el valle de la existencia, de la realidad misma, pero ya con más sentido de quienes somos.

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