¿Qué comunicamos cuando usamos el lenguaje inclusivo?

Rubén Fischer

Generalidades

El lenguaje es un constructo sociohistórico que permite comunicarnos de distintas formas, pero que se modifica según las necesidades, los usos y las costumbres de cada familia, colonia, pueblo, estado, país o grupos de personas que se reúnen para socializar; es decir, al final se mueve. En ese sentido, todos y todas tratamos de comunicarnos, y encontramos las vías para hacernos entender y generar mensajes que nos permitan identificarnos entre iguales, o entre personas no tan iguales. Necesitamos entendernos para establecer nexos con las y los demás, para saber cómo piensan, cómo sienten, cómo se expresan y quiénes son.

Para algunos y algunas especialistas en lenguaje y comunicación es primordial entender cómo se origina el lenguaje y qué tipo de modificaciones ha sufrido a lo largo de los siglos, pero en este escrito no me referiré a ello, porque es materia de estudio especializado y aquí sólo expondré algunas observaciones que quizá sólo generen más dudas, más preguntas o sólo más inquietudes.

En los cinco planteles del Colegio de Ciencias y Humanidades confluimos una gran diversidad de profesoras y profesores de distintas áreas de conocimiento y con diferentes pericias lingüísticas, tanto a nivel oral como escrito, y cada quien determina sus perspectivas comunicativas de acuerdo con ello, así que a veces es imposible establecer una conexión real o significativa con algunas de esas personas y nos quedamos con una sensación de vaguedad o de incertidumbre cuando intentan decirnos algo que resulta incomprensible. Eso sucede también con parte del alumnado.

Para comunicarnos, entonces, si partimos de las diferencias, a veces de las coincidencias, podemos observar que no todas ni todos somos iguales sino más bien distintos, y las formas en que abordamos los cambios que evidencia la sociedad en materia de los usos del lenguaje es lo que determinará nuestro entendimiento y cambio (en caso de ser necesario) respecto a este reto que ahora se conoce como lenguaje inclusivo y que muchas profesoras y muchos profesores de nuestra institución no terminan de digerir, entender, saber cómo utilizar o aplicar, en qué momentos y con quiénes.

 

Lenguaje inclusivo: desde dónde y para qué

Como es bien sabido, el siglo XXI ha despertado con una revolución feminista que ha generado distintas polémicas en todos los sectores que conforman nuestras sociedades y las reacciones van desde la adhesión hasta el rechazo, con todos los matices que hay entre ambos extremos, por parte de las diferentes personas que pluralizan nuestros entornos.

Una de las propuestas y demandas, que parten de este movimiento, tiene que ver con el uso del lenguaje inclusivo, término que según el Diccionario de la Real Academia Española, deviene del “latín escolástico inclusivus, y éste a su vez del latín inclūsus, participio pasado de includĕre ‘incluir’, ‘encerrar’, e -īvus‘-ivo’”, y es un adjetivo “que incluye o tiene virtud y capacidad para incluir” (RAE, 2021). Queda claro, desde esta definición, que se trata de incluir, pero ¿a quiénes hay que incluir con dicho lenguaje?

Desde una primera perspectiva se trata de ser inclusivos en cuanto al género; es decir, se hace la observación de la desigualdad que existe respecto a nombrar generalmente lo masculino (hombres) sin tomar en cuenta lo femenino (mujeres), hecho que se da en una gran diversidad de instituciones gubernamentales, educativas, políticas, sociales, por lo que organizaciones de personas que trabajan en pro de los derechos y otras causas sociales, encabezan la lucha para lograr la disminución del lenguaje hegemónico masculino que ha predominado en todos los ámbitos sociales, políticos, educativos y culturales desde tiempos inmemoriales y que sigue usándose como una forma de dominación y de invisibilizar a las mujeres.

Así, el trabajo inmediato que se ha dado en relación con el lenguaje inclusivo demanda hacer uso de los términos femeninos para significar, nombrar y visibilizar a las personas respecto a la importancia de su ser mujer, de sus actividades productivas y del lugar que ocupan en cada uno de los sectores de nuestra sociedad, encaminado a lograr también lo que se llama equidad de género en todos los ámbitos laborales y la consiguiente igualdad en términos de derechos. Algunos términos que es conveniente adecuar, para no reiterar las generalizaciones masculinas son: nombrar a médicas, ingenieras, matemáticas, químicas, jefas de departamento, directoras, ejecutivas, entre otras; referirse a las madres, hermanas, hijas, abuelas, tías, esposas, etcétera; designar a las maestras, profesoras, las docentes, directoras, alumnas, las estudiantes, orientadoras, y más, por dar sólo unos ejemplos en distintos ámbitos.

Es claro que lo que anoto en estos párrafos es sólo una mirada, quizá básica, de lo que implica el cambio de paradigmas respecto a las demandas en la resignificación del uso del lenguaje en cuanto a la forma de pensar, actuar, comportarnos con las otras y los otros, desde la oralidad hasta la escritura; sin embargo, hay todavía más respecto a esto que llamamos lenguaje inclusivo.

 

Otras disrupciones

Como bien anoté en el apartado anterior, una primera perspectiva y demanda en cuanto a lo que denominamos lenguaje inclusivo deviene de los movimientos feministas que han estado permeando distintos movimientos sociales y políticos en nuestro país y otras partes del mundo, desde el siglo XIX, como es bien sabido. Pero no sólo se trata de la igualdad en tanto masculino y femenino, que son las categorizaciones biológicas, sociales y culturales que hemos adquirido en nuestro devenir como personas.

Lo masculino y lo femenino son formas aprendidas desde la casa, la escuela, el trabajo y otros ámbitos de acción social, y nos identificamos con ello de acuerdo con cómo nos sentimos cómodas y cómodos al ser nombrados y nombradas, al ser reconocidos y reconocidas, y en tanto nos gusta conducirnos, vestirnos, peinarnos, hablar, etcétera.

Desde esta idea, entonces, la sociedad hegemónica, heteropatriarcal y heteronormativa (o nada más androcéntrica) sólo reconocería dos posibilidades biológicas, dos posibilidades conductuales, dos posibilidades culturales, e incluso dos posibilidades civiles; sin embargo, desde hace muchos años las y los distintos integrantes de la sociedad se han expresado de diferentes maneras para hacer visibles una gama de diferencias; una de ellas es la homosexualidad, término acuñado a mediados del siglo XIX, en Austria, para referirse a personas que mostraban una inclinación sexual a tener relaciones con personas de su mismo sexo; otra de ellas es la transexualidad, que empezara a reconocerse a principios del siglo XX, en Alemania, y que incluye a quienes no se sienten identificadas o identificados corporalmente con las personas que realmente son; es decir, una mujer se identifica plenamente como un hombre, así como hay hombres que se reconocen totalmente como mujeres y, desafortunadamente, estas dos expresiones humanas, distintas de las heteronormadas, se conceptualizaron como patologías durante muchas décadas.

Durante la segunda mitad del siglo XX –desde 1960 y 1970, décadas que estuvieron enmarcadas por la revolución sexual, el movimiento hippie y otros actos políticos que se dieron en torno a la sexualidad de las personas– iniciaron los movimientos por los derechos de las personas homosexuales, pero en esas largas discusiones se observó que el término homosexual hacía referencia, como de costumbre en la sociedad machista, a los hombres, por lo que pronto se retomó el terminó lesbianismo, acuñado desde la antigua Grecia en la isla de Lesbos, para referirse a las mujeres que se relacionaban sexual y emocionalmente con otras mujeres.

De esta manera, casi a finales de la década de 1980 la sociedad religiosa, moralista y heteronormada no tuvo más opción que reconocer que había personas diferentes y con distintas orientaciones sexuales, y no sólo la establecida como convención binaria hombre-mujer que prevalecía para regular la formación de parejas social y civilmente aceptadas. Además, a inicios de la década de 1990 logró eliminarse del cuadro de enfermedades psiquiátricas a estas dos formas de relación, por lo que se ha establecido la dignidad, el respeto y los derechos civiles para estas personas que forman parte de nuestra realidad cotidiana.

 

Más diversificación implica más inclusión

La posibilidad de observar que entre las personas que convivimos en el día a día hay grandes diferencias, más allá de los actos y las conductas reconocidos y establecidos como norma en la sociedad, nos permite avanzar en términos de inclusión. Hay que tener en cuenta que invisibilizar las diferencias no evita la discriminación y, muy al contrario, la aumenta.

En ese sentido, es conveniente observar que el capítulo de las diferencias todavía no se cierra respecto a las disrupciones sexogénericas, ya que si bien se reconoce la homosexualidad y el lesbianismo como formas de vida entre personas del mismo sexo, las siglas de los movimientos por la visibilidad de muchas personas que no se identifican con la heteronorma, la homonorma ni la lesbinorma han crecido, así que aprender a diferenciar quién es quién nos ayudaría a ser más respetuosos e inclusivos.

Las siglas LGBTTTIQA+, que han dado la vuelta al mundo, muestran una diversidad de personas que son parte del universo cotidiano en nuestra sociedad; esas siglas nombran a diferentes grupos de personas que se diferencian de otras constantemente y para quienes es importante ser identificadas y reconocidas:

L: lesbianas (mujeres)

G: gays u homosexuales (hombres)

B: bisexuales (mujeres y hombres)

T: travestis (mujeres y hombres)

T: transgéneros (mujeres y hombres)

T: transexuales (mujeres y hombres)

I: intersexuales, antes hermafroditas

Q: queer (mujeres y hombres)

A: asexuales (mujeres y hombres)

+: el signo indica que faltan letras para designar a otras personas diferentes.

Según avanza el siglo XXI, recientemente se han visibilizado dos grupos diversos más que requieren ser reconocidos por sus diferencias respecto al lenguaje heteronormado y las conductas establecidas como socialmente aceptables en pos de distinguir lo masculino y lo femenino; es decir, seguimos respondiendo a todos los condicionamientos establecidos desde lo biológico, religioso, social y lo cultural, aunque hay marcadas diferencias entre todas las personas que conformamos estas sociedades.

Desde esta perspectiva, es importante saber que muchas y muchos de quienes nos rodean están diferenciándose y rompiendo todavía más con los esquemas establecidos; así, se han manifestado ya las personas no binarias y las de género fluido, quienes piden no encasillarlas en cuanto a lo masculino y lo femenino. Las personas no binarias no se reconocen como chicos o chicas, sino como “chiques” (elle, no él ni ella), y las personas de género fluido pueden transitar sin problema de lo femenino a lo masculino sin encasillarse en una sola posibilidad, fluyen día a día entre lo masculino, lo femenino y lo neutro.

Todas estas personas están confluyendo en nuestras aulas escolares y es importante visualizarlas y respetarlas, adaptar nuestro lenguaje a las necesidades de las, los y les demás para integrarlas, integrarlos e integrarles y no discriminarlas, discriminarlos ni discriminarles cuando no reconocemos en las otras, los otros y les otres los esquemas de conducta tradicional. Así se va dando la inclusión en las aulas y los distintos espacios sociales.

 

Hacia una sociedad sin el uso de lenguaje peyorativo ni violento

Para concluir, es conveniente tener en cuenta que el lenguaje cambia, las personas cambiamos y la sociedad también y, por ello, el lenguaje inclusivo nos demanda comunicarlos abiertamente para saber quiénes son las personas que nos rodean, tratarlas con respeto y dirigirnos a ellas de la manera que lo necesitan para sentirse integradas, aunque no es necesario decirle a alguien: “oye homosexual”, “oye lesbiana”, oye bisexual”, etcétera, para dirigirse a nadie, como tampoco se le dice a ninguna persona: “oye tú, heterosexual”. No se requiere marcar ninguna diferencia cuando a las personas en general se les trata con respeto.

Además, y para completar esta visión del lenguaje inclusivo, en este momento hay diferentes estudios nacionales e internacionales que están abordando la perspectiva de género desde la antropología social, la sociología, la lingüística, la sexología, la psicología, la filosofía y la educación con el fin de poder avanzar hacia una sociedad más equitativa, más respetuosa y más incluyente, donde todas, todos y todes nos sintamos integradas, integrados e integrades, y podamos tener una comunicación libre de violencia.

Asimismo, conviene abandonar las prácticas tradicionales en que se trataba con un lenguaje soez a las personas homosexuales, las lesbianas, las mujeres que ejercen su derecho a expresarse libremente en cuanto a su conducta sexual, su manera de vestir y que son independientes de un hombre, y otras personas de la sociedad; evitar términos como: puto, marica, mujercito, volteado, tú las traes, cachagranizo, puñal, joto, loca, galletita, mampo, desviado, entre otros términos para designar a los homosexuales; machorra, manflora, tortillera, camionera, marimacho, machona, desviada, para referirse a las lesbianas; puta, loca, hombreriega, comehombres, frígida, facilota, ninfómana, para las mujeres libres e independientes; o “indefinidos” y “raros” para las y los bisexuales, las y los poliamorosos, las y los intersexuales, o las personas de género fluido.

En la UNAM ya contamos con una Coordinación para la Igualdad de Género que ha establecido las CInIGs (Comisiones Internas para la Igualdad de Género) en todas las facultades, institutos y escuelas para observar, regular y atender todos los casos de violencia de género entre el alumnado, el profesorado y el personal administrativo. También cuenta con una publicación que está disponible para quienes estén interesados, interesadas e interesades en su revisión: Herramientas para una docencia igualitaria, incluyente y libre de violencias (CIGU-UNAM, s/a, disponible en: https://coordinaciongenero.unam.mx/avada_portfolio/herramientas-para-una-docencia-igualitaria/).

Para finalizar, es importante tener en cuenta que cuando se utiliza el término “todes” se está siendo inclusivo sólo con las personas no binarias, porque son quienes no se reconocen como ellas, chicas, mujeres, niñas, adultas o ellos, chicos, hombres, niñas o adultos, sino como elles, chiques, niñes, adultes. Cuando uno se siente identificado con su rol de género, en términos de lo social y culturalmente aprendido, puede seguir usando los artículos, pronombres, sustantivos y adjetivos que le identifiquen desde el masculino y el femenino.

El tema de lo incluyente es otra discusión que se no se aborda en esta publicación y que tiene que ver con otro tipo de diferencias: motoras, visuales, auditivas, mentales y emocionales.

REFERENCIAS

CIGU (s/a). Herramientas para una docencia igualitaria, incluyente y libre de violencias. México: UNAM. En: https://coordinaciongenero.unam.mx/avada_portfolio/herramientas-para-una-docencia-igualitaria/

Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres. (Enero de 2017). ¿Qué es el lenguaje incluyente y por qué es importante que lo uses? Gobierno de México. En: https://www.gob.mx/conavim/articulos/que-es-el-lenguaje-incluyente-y-por-que-es-importante-que-lo-uses?idiom=es

Lamas, M. (enero-abril, 2000). Diferencias de sexo, género y diferencia sexual. Cuicuilco, 7(18).

Naciones Unidas (s/a). En: https://www.un.org/es/gender-inclusive-language/

RAE. (2021). “Inclusivo”. En: https://dle.rae.es/inclusivo

Rosado Millán, M. J. (febrero de 2022). Lenguaje, comunicación y género: ¿por qué es importante el uso del lenguaje inclusivo? En: https://isdfundacion.org/2022/02/24/lenguaje-comunicacion-y-genero-por-que-es-importante-el-uso-del-lenguaje-inclusivo/

Sánchez, K. (marzo de 2021). Entrevista a Concepción Company Company. “El lenguaje incluyente es una cortina de humo”. Letras libres.

 

 

Rubén Fischer Martínez

Licenciado en Literatura Dramática y Teatro, por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Profesor interino categoría A del Plantel Vallejo, en el Área de Talleres de Lenguaje y Comunicación desde hace 13 años y medio. Se ha desempeñado en distintos cargos entre los que sobresalen la Jefatura de Información y la Coordinación de Área de Talleres de Lenguaje y Comunicación durante 5 años. Ha participado en distintas publicaciones y grupos de trabajo al interior del Plantel Vallejo, en casas editoriales (Colofón, MacMillan-Castillo y otras) y en instituciones, como el Conafe, la SEP y recientemente la UAM. Es corrector de estilo y editor desde hace más de 20 años.

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