Virginia Woolf: identidad femenina, una construcción posible

Claudia Nayadeli Reynoso Monterrubio

Cuando se habla de género se piensa de inmediato en las mujeres y su papel dentro del sistema social, aunque el poder, tanto al interior de las familias como en la vida pública, lo tienen los hombres. La realidad es que, a partir de las interacciones entre ambos sexos, los encuentros y desencuentros, de su comunicación o falta de ella, ambos se definen. Es importante mencionar que estas relaciones están determinadas por las condiciones materiales de producción de la riqueza en la sociedad.

El objetivo del presente trabajo es exponer la profunda conexión que hay entre el sistema social y la construcción de identidad del sexo femenino.

A partir de la definición de género de la antropóloga Marta Lamas y del ensayo Un cuarto propio, de la escritora inglesa Virginia Woolf, reflexiono acerca de cómo la comunicación que se establece entre hombre y mujer determina la identidad del sexo femenino.

Marta Lamas (s/a, pág. 1) define género como:

[El] conjunto de ideas, representaciones, prácticas y prescripciones sociales que se elaboran a partir de la diferencia anatómica entre los sexos. O sea, el género es lo que la sociedad considera lo “propio” de los hombres y lo “propio” de las mujeres. Se reproduce mediante costumbres y valores profundamente tácitos que han sido inculcados desde el nacimiento con la crianza, el lenguaje y la cultura.

Para establecer el papel que desempeña este conjunto de ideas, refiero algunas de las expresadas por Virginia Woolf, porque en el ensayo ya mencionado, analiza la lucha que las mujeres han realizado por alcanzar una identidad propia y una independencia intelectual. Las reflexiones de la escritora acerca de la condición femenina en general y de las escritoras en particular, son un valioso testimonio de su época, plenamente vigentes, y que ayudan a comprender que la contienda no ha sido ni es de ninguna manera fácil ni tampoco está terminada.

Ella misma enfrentó diversas dificultades en su vida personal, como el acoso sexual que sufrió por parte de sus hermanastros, siendo una niña. Experiencia que contribuyó a un grave desajuste mental que finalmente la llevó al suicidio. Pertenecía a la clase media alta de su tiempo y realizó estudios universitarios. Fue parte de un exclusivo círculo de intelectuales y escribió hasta el último momento de su vida. Su pertenencia a un grupo social privilegiado no fue obstáculo para que ella se diera cuenta de la realidad que vivían la mayoría de las mujeres y para simpatizar con ellas.

En su ensayo, la escritora analiza las causas y consecuencias del domino masculino sobre la mujer y afirma que una razón poderosa por la que las mujeres están bajo la tutela de los hombres es que no poseen recursos materiales. A través de una interesante observación de la vida cotidiana de hombres y mujeres de su tiempo, llega a la conclusión de que para que la mujer evolucione y deje de depender de los hombres la condición indispensable es que cuenten con una habitación propia y una renta que le permita vivir sin preocupaciones, sólo así podría desarrollar todo su potencial creativo.

En una conversación con una amiga se pregunta por qué las mujeres no poseen dinero como los hombres, y por qué la madre de su amiga y otras madres no trabajaron e hicieron una fortuna para dejarla a sus hijas. Si eso hubiera sucedido así, ahora ella y su amiga estarían hablando de matemáticas, astronomía, arqueología o alguna otra materia parecida. Podrían estar en Grecia, contemplando el Partenón escribiendo, o trabajando en una oficina.

Hacer una fortuna y tener trece hijos, ningún ser humano hubiera podido aguantarlo. Considérense los hechos, dijimos. Primero hay nueve meses antes del nacimiento del niño. Luego nace el niño. Luego se pasan tres o cuatro meses amamantando al niño. Una vez amamantado el niño, se pasan unos cinco años cuando menos jugando con él. No se puede, según parece, dejar corretear a los niños por las calles. Gente que les ha visto vagar en Rusia como pequeños salvajes dice que es un espectáculo poco grato. La gente también dice que la naturaleza humana cobra su forma entre el año y los cinco años. Si Mrs. Seton hubiera estado ocupada haciendo dinero, dije, ¿dónde estaría tu recuerdo de los juegos y las peleas? ¿Qué sabrías de Escocia, y de su aire agradable, y de sus pasteles, y de todo el resto? Pero es inútil hacerte estas preguntas, porque nunca habrías existido (Woolf, 1984, pág. 22).

La disyuntiva que aquí plantea la escritora es de una actualidad sorprendente, se trata de una elección que implica el sacrificio de aspectos fundamentales de la vida humana: ser independiente, tener libertad, estudiar y trabajar o tener una familia a la que atender y dedicar todos sus esfuerzos.

En relación con este tema de la maternidad y la familia, Marta Lamas (s/a, pág. 3) menciona:

Es necesario considerar los aspectos materiales de la reproducción humana, refiriéndose con ello a las tareas que implica tener hijos y criarlos, la alimentación, ropa limpia, labores domésticas, y cuidados calificados como “trabajos de amor” y que se realizan gratuitamente, si se trata de hablar de equidad es necesario reconocer la importancia del trabajo del cuidado humano y valorar su trascendencia económica.

En el párrafo citado, sin duda alguna, Virginia Woolf valora claramente los esfuerzos que implica la crianza de los hijos.

En su afán de entender la situación inferior en que están colocadas las mujeres, primero realiza una investigación en la biblioteca y consulta varios autores para encontrar respuestas a su pregunta: ¿por qué las mujeres son tan pobres y los hombres tan ricos? Halla una multitud de opiniones, desde las que implican una actitud despectiva, una admiración, o una falta de entendimiento de la complejidad de las mujeres. Esto no es satisfactorio para la escritora, por lo que acude a la observación de las actividades cotidianas de las féminas, y ve que se ocupan de cuidar niños, la limpieza doméstica, atender ancianos y otras labores humildes.

Los trabajos que las mujeres deben desempeñar va contra sus capacidades reales, y tener que hacerlos ocasiona amargura, resentimiento, merma la confianza en sí misma y disminuye su valor.

La escritora consulta, además, algunos libros de historia y encuentra que los hombres tenían derecho a pegar a su mujer, las hijas debían casarse con el hombre que sus padres habían elegido para ella, y si se oponía era golpeada y encerrada. Esto sucedía tanto en las clases altas como las bajas, era lo normal en el siglo XV.

Virginia Woolf concluye que la precaria situación de las mujeres es ocasionada porque se vive en un patriarcado, un sistema social en que el dominio masculino sobre las mujeres y la familia es total. Y abarca todos los ámbitos sociales. Deduce, asimismo, que los hombres necesitan a las mujeres para sentirse superiores, porque dudan de su propio valor y el camino que transitan para ello es basar esta superioridad en la riqueza, los títulos o un físico agraciado.

Por ello, toda crítica viniendo de una mujer les incomoda, toda opinión propia, acerca de una lectura, un cuadro o cualquier otra les resulta insoportable y les causa más cólera que si un hombre fuera el que hiciera esas críticas. El hecho de que una mujer manifieste sus opiniones implica una libertad de pensamiento que los hombres sienten como una amenaza a su dominio. También infiere que los hombres padecen por conservar este poder y se convierten en seres infelices.

También ellos, los patriarcas, los profesores, tenían que combatir un sinfín de dificultades, tropezaban con terribles escollos. Su educación había sido, bajo algunos aspectos, tan deficiente como la mía propia. Había engendrado en ellos defectos igual de grandes. Tenían, es cierto, dinero y poder, pero sólo a cambio de albergar en su seno un águila, un buitre que eternamente les mordía el hígado y les picoteaba los pulmones: el instinto de posesión, el frenesí de adquisición, que les empujaba a desear perpetuamente los campos y los bienes ajenos, a hacer fronteras y banderas, barcos de guerra y gases venenosos; a ofrecer su propia vida y la de sus hijos (Woolf, 1984, pág. 36).

En esta descripción se observa una dura crítica no sólo al sexo masculino sino a la sociedad en su conjunto, a las deficiencias de la educación y al afán de enriquecimiento que no conoce límites.

La lucha de las mujeres se ha centrado en adquirir las mismas libertades de los hombres, para estudiar, trabajar, votar, gobernar, dirigir ejércitos, oficiar misas, participar en la política; actividades que se realizan en la esfera pública, terreno en que hasta ahora los hombres han ejercido su hegemonía.

La búsqueda de las mujeres no consiste en igualarse en los aspectos más rudos de la vida humana, como son los trabajos que la mayoría los hombres desempeñan debido a su mayor fortaleza y capacidad física, sino por aquellos que se encaminan a lograr una libertad intelectual, y una mayor y efectiva participación de los hombres en el cuidado de la familia y las labores domésticas tradicionalmente delegadas al sexo femenino.

Finalmente, lo que se observa hoy en día, dice la doctora Lamas, es que la desigualdad provoca conflictos y resentimientos. La guerra de los sexos persiste, con la variación moderna de que hoy también los varones se creen víctimas de las mujeres. Sobre este fenómeno que va en auge, Elisabeth Badinter (s/a, citado en Lamas, pág. 4) señala:

Es inútil cerrar los ojos: las relaciones entre hombres y mujeres no han progresado en absoluto en estos últimos años. Incluso es posible que, con ayuda del individualismo, se hayan deteriorado. No sólo no se resolvió la disputa, sino que se complicó. Los dos sexos se colocan en víctimas el uno del otro. 

Por su parte, Virginia Woolf (1984, pág. 54) cita las palabras de una mujer cercana a su época que no tiene la libertad de dedicarse a escribir como ella quisiera.

¡Qué bajo hemos caído!, caído por reglas injustas, necias por Educación más que por Naturaleza; privadas de todos los progresos de la mente; se espera que carezcamos de interés, a ello se nos destina; y si una sobresale de las demás, con fantasía más cálida y por la ambición empujada, tan fuerte sigue siendo la facción de la oposición que las esperanzas de éxito nunca superan los temores.

“La facción de oposición” son los hombres, los odia y los teme porque tienen el poder de dirigir su vida hacia donde ellos quieren.

Es claro que uno de los motivos del conflicto entre los sexos se debe a que la mujer dependa no sólo emocionalmente del hombre sino sobre todo en lo económico. Los hombres pueden sentirse agobiados por el peso de representar el papel que las sociedades mercantiles le han asignado, de proveedor de bienes, de cabeza de la familia, de generador de riqueza, sin necesidades afectivas, de ocio y descanso. Dejar de ser el pilar en que toda la sociedad reposa, relajará su actitud ante la mujer y posiblemente vislumbre en el horizonte una nueva manera de relacionarse con las mujeres.

Es oportuno mencionar que la función antes descrita que se le ha asignado a los hombres no beneficia a todos sino a los pocos que son dueños de la riqueza y que, a costa del trabajo de las mayorías, aumentan su caudal, sacrificando las relaciones humanas y marcando con el signo de pesos todo intercambio entre hombres y mujeres.

Virginia Woolf (1984, pág. 35) ofrece una puerta abierta a este deterioro de la convivencia social:

Como decía, mi tía murió; y cada vez que cambio un billete de diez chelines, desaparece un poco de esta carcoma y de esta corrosión; se van el temor y la amargura. Realmente, pensé, guardando las monedas en mi bolso, es notable el cambio de humor que unos ingresos fijos traen consigo. Ninguna fuerza en el mundo puede quitarme mis quinientas libras. Tengo asegurados para siempre la comida, el cobijo y el vestir. Por tanto, no sólo cesan el esforzarse y el luchar, sino también el odio y la amargura. No necesito odiar a ningún hombre; no puede herirme. No necesito halagar a ningún hombre; no tiene nada que darme. De modo que, imperceptiblemente, fui adoptando una nueva actitud hacia la otra mitad de la especie humana.

Ésta es, tal vez, una solución utópica, un cambio como el que describe Woolf exige mucho más que esta seguridad financiera, es un proceso social que requiere del esfuerzo de una nación entera. Un deseo de libertad no basta para tenerla, puesto que los poseedores de los bienes no renunciarán a su poder en beneficio de la sociedad más desposeída. Hoy, en pleno siglo XXI, seguimos aún, sin darnos cuenta, perpetuando las injusticias y desigualdades de las que ya tomaba conciencia Virginia Woolf en su época.

En la parte final de su ensayo Virginia Woolf hace un llamado a las mujeres, las invita a ejercer: “la labor de vivir”. Les dice en tono festivo que son, en su opinión, vergonzosamente ignorantes. No han hecho un descubrimiento de importancia, no han conducido un ejército a la batalla. No han escrito una obra de arte como Shakespeare. Pregunta, entonces, ¿cuál es la excusa para esta falta de aportaciones a la humanidad? Y ella misma contesta: “el trabajo que han tenido que hacer las mujeres ha sido traer al mundo, criado y lavado e instruido hasta los seis o siete años, a los mil seiscientos veintitrés millones de humanos que, según las estadísticas, existen actualmente y esto toma tiempo” (Woolf, 1984, pág. 99).

Conclusiones

Coviene señalar que como ciudadanos, hombres y mujeres, se tienen derechos y obligaciones, disfrutar de servicios, seguridad, cuidado de la salud o ejercer el voto, pero todo esto implica la necesidad de contar con actitudes cooperativas y conductas autorreguladas; es decir, tener un conjunto de cualidades cívicas que contribuyan a un Estado de derecho y justicia y, dentro de estas cualidades, se puede incluir el cuidado de las personas dependientes. Es imperativo que los hombres compartan la responsabilidad de cuidar a los niños y otras tareas que tradicionalmente se delegan a las mujeres, implantar esta práctica disminuirá notablemente la carga femenina e implicaría un avance notable en la consecución de la igualdad.

Sin embargo, es necesario apuntar que los principales responsables de mantener un orden injusto somos todos y todas, porque a causa de los mandatos sociales y las prescripciones, tanto para hombres como para mujeres, las conductas se ajustan mecánicamente a las necesidades del Estado, que son principalmente mantener su dominio sobre los ciudadanos. Se trata de desterrar esquemas de género profundamente arraigados en la mente, y promovidos y mantenidos a conveniencia de quienes poseen medios coercitivos muy poderosos, razón por la que el cambio cultural no vendrá del gobierno ni de los organismos y las fundaciones internacionales, sino se tendrá que generar a partir de los ciudadanos más conscientes de las desigualdades sociales existentes.

REFERENCIAS

Expósito, F. (2011). Violencia de género. En: https://www.uv.mx/cendhiu/files/2013/08/Articulo-Violencia-de-genero.pdf

Lamas, M. (s/a). El enfoque de género en las políticas públicas. En: https://www.corteidh.or.cr/tablas/r23192.pdf

Villavicencio, L. y Zúñiga, A. (2015). La violencia de género como opresión estructural. En: https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-34372015000200015

Woolf, V. (1984). Un cuarto propio. México: Colofón.

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